¿Es posible predecir la muerte?
En julio de 1750, Robert Morris, padre de uno de los firmantes de
la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, soñó que moriría
por el cañonazo de un barco que iba a visitar. Relató su sueño al
capitán del buque, rogándole que no disparara mientras estuviera a
bordo. Al final de la visita, Morris zarpó en un bote de remos, mientras
el capitán daba órdenes de que nadie disparara salvas de saludo hasta
que el bote no estuviese fuera de alcance. Sin embargo, un gesto
involuntario del capitán fue interpretado por un marinero como orden de
disparar y Morris recibió, tal y como había soñado, el impacto del
cañón. Exactamente un siglo y medio después, en 1865, el entonces
presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, sufría una
experiencia similar. Y es que diez días antes de su asesinato, Lincoln
relató un sueño que le había producido una gran inquietud. En él se vio a
sí mismo deambulando por los pasillos vacíos de la Casa Blanca.Al
entraren el Salón Este observó, según sus palabras, “un catafalco sobre
el cual descansaba un cadáver. A su alrededor había soldados que hacían
guardia y mucha gente. Algunos observaban el cadáver, cuyo rostro estaba
cubierto, otros lloraban lastimeramente. ‘¿Quién murió en la Casa
Blanca?’, pregunté a uno de los soldados. ‘El presidente’, respondió,
‘lo asesinaron’”.
Aunque antiguos, estos episodios ejemplifican perfectamente un
dilema que ha cautivado a investigadores y científicos de todas las
épocas: ¿Es posible sentir la llegada inmediata de la muerte? Algunos
expertos están convencidos de ello e indagan por el mundo buscando
pruebas que lo corroboren. Los sueños como los de Lincoln o Morris
podrían ser una de ellas, aduciendo que acontecimientos futuros tan
traumáticos como la muerte responden a ciertas leyes físicas o a
energías que algunas personas son capaces de interpretar o de entrever,
bien a través de sueños o de premoniciones. Es lo que a comienzos del
siglo XX, con el desarrollo de la parapsicología, se denominaron
“apariciones de crisis”.
Lo cierto es que se trata de casos tan repetitivos en el tiempo,
que en algunas culturas se ha instalado la creencia inamovible de que
poco antes de que una persona muera, ella u otros pueden ver la
imagen del individuo moribundo. Es el caso de Islandia, donde existe
una gran incidencia de habitantes que aseguran haber tenido esta
experiencia, aún encontrándose a kilómetros de distancia del fallecido.
Aunque no islandés, otra de las personas que afirmaba poseer esa
habilidad fue Nikola Tesla, descubridor de la corriente alterna,
ingeniero y científico de principios del siglo XX. Desde su juventud,
vivía angustiado por unas extrañas visiones que le asaltaban, casi
siempre acompañadas por lo que él denominó en sus diarios como
“destellos de luz”. Muchas veces se trataba de escenas inconexas, pero
dos de esos instantes quedaron grabados en su mente. El primero sucedió
en 1890, cuando, viviendo ya en Nueva York, sufrió la visión de uno de
esos destellos que le recordó poderosamente a la efigie de su madre.
“Entonces supe que había muerto”, se lee en su diario. Y así fue. Pocas
horas después de aquella experiencia, un telegrama le informaba del
fallecimiento.
La segunda fue aún más espectacular. Durante una fiesta que celebró
en su residencia de Manhattan, rogó a los invitados que no se
marcharan, ya que había sufrido “un impulso ineludible” que presagiaba
una pronta tragedia si alguien abandonaba la velada a esas alturas.Todos
le hicieron caso, achacando la petición a una de las extravagancias del
inventor, famosas ya desde hacía tiempo, o a su necesidad de tener
compañía esa noche. Sin embargo, todo cobró sentido al día siguiente. Un
tren había descarrilado esa misma noche minutos después de la
premonición de Tesla, ocasionando decenas de muertos y cientos de
heridos en Nueva York.
Para aportar claridad a este enigma, un equipo de científicos
holandeses de la Universidad de Ámsterdam y dirigidos por el psicólogo
Dick Bierman, analizó en 2009 la reacción cerebral de un grupo de
voluntarios utilizando la tecnología de resonancia magnética. Según se
les mostraban imágenes de todo tipo -violentas, neutras, eróticas…-,
descubrieron que se activaba una región diferente del cerebro, cada una
relacionada con la emoción que mostraba la imagen. Lo asombroso fue que,
al cabo de un tiempo, esas regiones se activaban antes de que
apareciese la imagen correspondiente, lo que les llevó a la conclusión
de que, de alguna forma, el cerebro es capaz de presentir cosas que aún
no han sucedido. “Al principio estaba asustado de las implicaciones que
tenía, pero al comprobar que no había ningún error comencé a reflexionar
más profundamente sobre la naturaleza del tiempo”, relató Bierman a los
medios. Su conclusión prematura es que la información podría fluir en
dos sentidos: hacia el futuro, tal y como percibimos la vida diaria, y
hacia el pasado, como podría suceder con los presentimientos. Así, los
datos del futuro fluirían hacia el pasado, en contra de lo que pensamos.
Ya en 1927, el ingeniero aeronáutico inglés J.W. Dunne había
plasmado una conclusión similar en su libro Un experimento con el
tiempo, donde desarrollaba la teoría de que la conciencia dormida tiene
acceso a información de la que la conciencia despierta está excluida.
Según escribe, el tiempo no fluye en un flujo lineal, sino que se
desarrolla en diferentes estratos que pueden considerarse desde
distintas perspectivas, siendo posible ver el futuro en un estado de
ensoñación o de cuasi vigilia.
En la imagen superior, fotografía de la energía humana
abandonando el cuerpo tras la muerte, tomada por el doctor ruso
Konstantin Korotkov. En la otra página, retrato del escritor
norteamericano Mark Twain, que en un sueño observó la muerte y funeral
de su hermano, tal y como sucedió poco después.
El sexto sentido animal
Para otro sector, sin embargo, todo se debe a meras casualidades,
aunque pasan por alto las increíbles coincidencias que existen entre
algunas de esas visiones de muerte y la defunción posterior. Es el caso
del sueño vivido por el escritor Mark Twain donde vio el funeral
dedicado a su hermano, tal y como este se celebraría poco después,
incluyendo el detalle del ramillete blanco con una flor roja que portaba
en el pecho. Pero los humanos no somos los únicos que parecemos tener
esta habilidad. Famosas son las historias de mascotas, principalmente
perros y gatos, que se comportan de una forma extraña cuando se acerca
la muerte de alguien cercano.
En 2010 saltó a la fama un gato que fue adoptado al poco de nacer
por el centro geriátrico Síeere Hoizse, en la localidad norteamericana
de Providence. Según los residentes y cuidadores, Óscar, tal es el
nombre de la mascota, no es nada sociable, pero cuando siente que alguno
de los internos va a fallecer, entra en su habitación para recostarse
en la cama. La increíble cantidad de aciertos que ha tenido, más de 50
hasta el momento, ha motivado la publicación del tema en revistas tan
prestigiosas como la New England Journal of Medicine y el interés de
expertos como el doctor David Dosa, profesor de la Browm University.
Según sus investigaciones, plasmadas en el libro Pasar visita con Óscar:
el extraordinario don de un gato ordinario, la mascota ha protagonizado
desde los dos meses de edad casos tan llamativos como escaparse de una
habitación en la que las enfermeras le habían recostado junto a un
enfermo que creían terminal, para irse a otra contigua cuyo inquilino
falleció esa misma tarde.
Para el doctor Dosa, la explicación residiría en la capacidad de
algunos gatos para detectar algún tipo de compuesto orgánico que el
cuerpo humano segrega en fase terminal. Hace unos años se habló de la
cadaverina, pero esa idea debe desecharse porque la pentametilendiamina,
nombre técnico de la cadaverina, es una sustancia orgánica que solo
aparece cuando los cuerpos comienzan a descomponerse y nunca aparece
antes de que una persona fallezca.
Según señala el doctor Dosa cuando se le entrevista por el tema,
“no creo que Óscar sea único, pero creo que se encuentra en un ambiente
único y está claro que los animales son capaces de sentir cosas que
nosotros no podemos percibir”. Y así parece ser. El agosto pasado, un
grupo de científicos alemanes pertenecientes al Hospital Schillerhoehe
presentó un estudio donde se confirmaba que los perros son capaces de
detectar con precisión qué personas están enfermas de gravedad.
Para averiguarlo, los científicos toma ron una muestra de 220
personas, algunas con cáncer de pulmón en diversas fases de desarrollo y
otras sanas, para dársela a oler a los canes. Estos detectaron quiénes
estaban sanos y quiénes enfermos con un acierto del 71%. Para quienes
piensen que el porcentaje no es significativo, hay que señalar que a los
perros no se les entrenó para el experimento. Quienes sí lo hicieron
fueron unos científicos japoneses que, en 2010, sometieron a esos perros
adiestrados a un experimento similar: olfatear el aliento y las heces
de 258 individuos para descubrir quiénes padecían cáncer de de
intestino. Los perros detectaron la enfermedad con una fiabilidad del
98%.
Y es que el olfato de estos animales es extraordinario. Se calcula
que, según la raza de la que se trate, poseen entre 125 y 300 millones
de células olfativas, en contraposición a las 500.000 de los humanos.
Una sensibilidad que vana dependiendo del momento del día y de otros
factores como la toma de alimentos -es menor en un animal saciado que en
otro hambn’ento-, las influencias hormonales, el adiestramiento… Si son
capaces de oler una enfermedad, ¿porqué no la muerte? Solo habría que
descubrir cuál es esa sustancia que emitimos antes de morir.
Unos relojes muy precisos
Aunque quizá no sea una sustancia y sí algún tipo de energía. Es la
opinión que defiende el científico ruso Konstantin Korotkov,
famoso por haber fotografiado a un hombre en el instante justo de su
muerte con el llamado método de visualización de descarga de gas, una
técnica avanzada de fotografía de Kiríian. En esas fotografías se
observa una luz azul que va abandonando gradualmente el cuerpo hasta
desaparecer. Las primeras zonas que la pierden son el ombligo y la
cabeza, siendo las últimas la zona de la ingle y el corazón.
Para Korotkov, lo que la cámara recogió es la “energía vital” que
mueve nuestro intelecto y nuestros músculos, la supuesta alma. Y tan
convencido está de ello, que ha iniciado en ciertas escuelas rusas un
programa pionero para enseñar a los niños a reconocer y utilizar esa
energía vital. ¿Ha descubierto Korotkov la causa de que algunas personas
y animales presagien la muerte? Imposible asegurarlo, aunque su
hallazgo podría ser la explicación para otra de estas señales de muerte:
los relojes que se detienen en el instante de un fallecimiento.
A poco que se indaga en archivos y en libros, se descubre que esta
casuística es más común de lo que parece.Ya en 1887, el 4 de diciembre,
se recogió la historia de un norteamericano llamado George Fry. Antes de
acostarse, Fry escribió una carta a su hermano para preguntar porsu
salud, muy mermada en las últimas semanas. Al finalizarla constató que
un reloj de pared perteneciente a su hermano se había detenido
exactamente a las 9.45 h de la noche. Cuando se levantó para ajustarlo
observó una rara luz que parecía fluir de la carátula pero, aunque
extrañado, se acostó para leer un telegrama a la mañana siguiente en el
que se le informaba de la muerte de su hermano la noche anterior.
En Alemania, hechos semejantes inspiraron en 1876 la composición de
la canción El reloj del abuelo, y en Inglaterra el origen de la
creencia que narra cómo el reloj del palacio de Hampton Court se detiene
cuando un residente muere. Está constatado que al menos en una ocasión
eso llegó a suceder, exactamente con la muerte en 1619 de la esposa de
Jacobo I, Ana de Dinamarca.
No son solo historias del pasado. La doctora Louisa Rhine, del
departamento de Parapsicología de la Duke University, continúa
estudiando todos los casos de este tipo que aún llegan a su despacho. Y
son unos cuantos, como el de un anónimo canadiense cuyo reloj se paró a
la misma hora de la muerte de su hermano, las 06.25 h de la madrugada.
Daba la casualidad -nuevamente- de que el reloj había sido un regalo del
fallecido.
Muchos investigadores coinciden en señalar a la liberación de algún
tipo de energía psíquica con la muerte, como la causa de estos parones.
Podría ser una explicación válida en los supuestos donde fallecido y
reloj están relativamente cercanos, pero, ¿y en los casos donde median
entre ambos varios kilómetros? Y aún más desconcertante, ¿por qué solo
se detienen unos cuantos relojes? Preguntas que, por ahora, siguen sin
respuesta.
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