La violencia del estado y el derecho masivo a la desobediencia
El
biólogo Humberto Maturana propone una definición de violencia, cuyo eje
central es una demanda extrema de obediencia y sometimiento, sea esta
realizada por medios directos o sutiles. Esta breve caracterización
contiene como premisa básica, una negación de la legitimidad del otro.
Entiendo como legitimidad del otro, su
derecho a desarrollarse en forma integral de acuerdo a sus propias
necesidades, en armonía con el resto, desde una noción general de
interdependencia y reciprocidad basada en el mutuo reconocimiento de
nuestras diferencias y de que aquello que es común.
En una sociedad jerarquizada ciertos valores hegemónicos son
impuestos por la fuerza y la reproducción de la cultura, mediante
justificaciones que van desde lo divino hasta falsificaciones de la
historia con respecto a un contrato social.
Los valores impuestos tienen como objetivo, por un lado un control
conductual que asegure que cualquier otra forma de pensamiento y acción
sea un anatema, y el perpetuar el sostenimiento de sistemas económicos
que consoliden materialmente el poder de una minoría.
Las sociedades jerarquizadas al funcionar de esta manera, cultivan
como emoción básica el miedo a las consecuencias negativas de resistir,
en algún grado, la imposición de estos valores dominantes, que
garantizan la explotación de amplios sectores de la población.
El ser humano al ser una criatura que
se reconoce a sí misma en relación con los otros, en una sociedad
jerarquizada constantemente asume un rol de oprimido u opresor a
distintas escalas familiar, laboral, social, etc.
En definitiva es una relación en que los vínculos de solidaridad y
confianza son sustituidos por protocolos de acción, implícitos o
explícitos, de demanda de obediencia es decir una estructuración de la
sociedad basada en la violencia, cuyo lenguaje son las leyes impuestas
por la minoría en el poder y sus mucho más amplios colaboradores
reproducidos por la cultura.
Lo que conlleva que no puedan ser percibidas como relaciones violentas, además de que dichos comportamientos al ser absorbidos desde la niñez modifican nuestra propia fisiología en tal dirección.
Lo que conlleva que no puedan ser percibidas como relaciones violentas, además de que dichos comportamientos al ser absorbidos desde la niñez modifican nuestra propia fisiología en tal dirección.
En la sociedad capitalista se ha generado un discurso de aparente
pluralidad y aceptación de todas las diferencias, pero como un tema
meramente folclórico donde ningún modo de vida ajeno a los valores
dominantes puede interrumpir en lo más mínimo el poder de la clase
dominante, constituyendo una dictadura enmascarada en un relativismo
cultural que golpea con tanta violencia como cualquier otro tipo de
régimen totalitario.
Bajo este contexto en que las relaciones jerarquizadas son
intrínsecamente violentas a nivel biológico y afectivo, cabe la pregunta
si es legitimo confrontar con violencia esta estructura totalitaria que
representa el estado y el capitalismo, en mi opinión, tal dilema es
ficticio por la sencilla razón que toda la estructura jerarquizada es
violenta en sí misma y si bien o quedamos sometidos a la violencia de
otro o esta es ejercida contra otros o simplemente la volcamos contra
nosotros mismos, como sucede en fenómenos psicosomáticos.
En mi opinión la pregunta relevante es como construimos un sistema
social solidario y en ese sentido todas las estructuras verticales como
el estado centralizado, deben ser sustituidas y superadas por
estructuras de organización por libre asociación, horizontales y
descentralizadas basadas en la empatía como base afectiva del apoyo
mutuo.
Lo que conlleva, como requisito, desmontar las bases económicas del
poder también, es decir impedir la acumulación de capital en grupos
económicos y la propiedad privada de bienes comunes, en síntesis que
cada comunidad pueda hacerse cargo de los asuntos que son de su interés.
En todo ese escenario, las acciones de resistencia y desobediencia,
frente a las leyes y valores dominantes que no han emanado de más
consenso que el que imponen la mentira y el exterminio, son totalmente
lógicas, en la medida en que se convierten en las tácticas que
posibilitan el derecho a rebelión de los pueblos oprimidos.
Ante tales afirmaciones rápidamente se podría esgrimir la
contradicción de fundar un sistema solidario desde la misma violencia
que impone el estado. Sin embargo me parece que hay diferencias
importantes: La violencia que impone el estado es un fenómeno
sistemático, que invade toda la cotidianidad, a diferencia de la
desobediencia y resistencia que es un fenómeno transitorio cuyo objetivo
es la abolición de la imposición del control social.
La violencia del estado mediante policías militarizadas es presentada
en el discurso oficial como necesaria y deseable incluso ejerciéndose
sobre los cuerpos de niños y personas desarmadas o débilmente armadas,
en cambio la desobediencia y resistencia constituyen acciones de
sabotaje o interrupción de la cotidianidad que tienen por objetivo dañar
una estructura socioeconómica plenamente identificable y finalmente la
violencia del estado a través de su policía militarizada tiende a
lesionar, en forma grave tanto física como emocionalmente al disidente,
con el fin de disuadirlo de persistir, en cambio la desobediencia o
resistencia, a estos ataques tiene por objetivo la autodefensa, que
permita que la disidencia asegure su supervivencia en el tiempo.
En esta perspectiva el tema de la desobediencia y resistencia, en
cuanto a sus métodos, queda enmarcado a analizar que tácticas son
liberadoras y útiles en un momento particular y no al hecho mismo de
debatir si debemos mantenernos dentro de las leyes que emanan de
imposiciones ilegitimas.
Por lo que también es importante entender que el movernos dentro de
una sociedad jerarquizada intrínsecamente violenta ha llevado a
construir, en algunos sectores, una retorica incendiaria que en mi
opinión fetichiza la violencia, lo que puede ser tan nocivo como el mas
tímido de los reformismos, lo que es una victoria del propio sistema de
dominación y que nos exige no olvidar que determinados medios tampoco
son un fin en sí mismo y que una sociedad libertaria si bien requerirá
de resistencia y desobediencia para construirse necesitara en mucha
mayor cantidad de horizontalidad, solidaridad y apoyo mutuo lo que
también tiene que quedar plasmado en las acciones y el discurso como
objetivo central.
La violencia y las diversas formas de control social a las que somos
sometidos son brutales, al punto que son naturalizadas por completo, y
por lo mismo no podemos permitir que nos conquiste en forma tan intima
mientras luchamos por defendernos y alcanzar nuestros objetivos.
El adversario, la clase dominante, siempre tendrá diversos rostros y
administradores con mayor grado de importancia y trascendencia unos que
otros, pero ellos no son el objetivo principal sino los valores y la
estructura jerarquizada intrínsecamente violenta que defienden.
La revolución no será un carnaval, pero tampoco tiene porque ser un
baño de sangre masivo que ponga en riesgo a la propia humanidad, será
ante todo un movimiento consciente que oponga una cultura propia
solidaria y horizontal que reconozca como legitimo aquello que nos
diferencia y lo que tenemos en común donde nadie tenga el poder de
imponer estructuras de dominación, y en que la resistencia y la
desobediencia serán una carta mas dentro de la baraja de la que en
ningún caso se puede prescindir, quien así lo plantee en términos
absolutos solo predica la moral hipócrita de nuestros opresores .
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