“Renuncio al dinero”

Pavlik Elf vive sin pasaporte y sin dinero desde hace cuatro años


Pavlik Elf vive sin dinero y sin pasaporte. No acepta que el mundo esté dividido por rayas y que esas líneas dicten el movimiento de una persona. Tampoco le interesa un sistema económico en el que un individuo se puede hacer de oro vendiendo un humo más invisible que el de un cigarrillo.

(Ilustración de Cranio Dsgn)

Vivir sin estado

Elf renunció a su pasaporte hace cuatro años y, desde entonces, ha vivido en distintos lugares de la zona Schengen y en la inmensidad de internet. En granjas, en mitad del campo, y en grandes ciudades. El documento es imprescindible para salir a otras áreas del mundo, pero no le importa moverse únicamente por estos 26 países de Europa. “Me siento liberado. Tener un pasaporte supone aceptar una serie de normas. No tenerlo me limita a viajar a ciertos lugares pero es mi decisión libre. No quiero contribuir a este sistema y, si fuéramos más, crearíamos una alternativa”, indica.
Este experto en tecnología, denominado stateless (sin estado) y moneyless (sin dinero), se encuentra en París. Llegó a la ciudad para trabajar como voluntario en el festival de la economía de la colaboración Ouishare Fest. Ese marco proporciona su alojamiento y su comida. Hoy es esto. Mañana surgirá otro proyecto u otro plan donde no habrá euros.
Pavlik Elf, de 30 años, vivía en San Francisco. Trabajaba en una empresa tecnológica y sentía que con su trabajo “no hacía nada bueno para nadie”. La única finalidad de su empleo era conseguir un salario, y eso —pensaba— “no era saludable”. Fue entonces cuando surgió la idea de desprenderse del dinero. Fue hace cinco años. Estuvo tres meses viviendo sin un dólar y le gustó la experiencia. Volvió a reunir dinero para viajar a Europa y una vez aquí decidió renunciar a la moneda oficial de manera definitiva y apartarse de un sistema capitalista insaciable. La recompensa que busca ahora, según dice, es otra: “Quiero estar seguro de que mi trabajo tiene beneficios para otras personas”.
—Necesitaba explorar mi libertad —cuenta Elf—. Escribí mis principios en una web. Expliqué que no quería participar en el sistema de pasaportes y que no reconocía a ninguna autoridad. No me siento de ningún estado. Yo soy ciudadano del planeta Tierra.
La negación empieza por el propio lenguaje. “No utilizo nombres de países. Es algo que no existe en el mundo físico. Es una construcción mental. Un pájaro, cuando vuela sobre una zona, ve ríos, árboles, montañas… No ve estados. Yo lo siento igual”, indica.
Elf: “No utilizo nombres de países. Es algo que no existe en el mundo físico. Es una construcción mental”
—Y tú, ¿de dónde eres, Elf?
—Del sur del mar Báltico. De una población en la costa donde puedes ver pájaros durante todo el año. Te puedo hablar de mi lugar de nacimiento por su naturaleza. Es más relevante y es lo que lo distingue de otros sitios. La gente de allí habla polaco pero eso no determina su nacionalidad. No tienes que llamar a una región por el nombre de un país. Puedes describirla como quieras. Tú, para mí, eres de la península ibérica.
Elf se siente atrapado en un sistema oficial de países y también en un nombre y apellido impuestos al nacer.
—Mi nombre es Pavlik Elf (elfo). Decidí llamarme así porque estos personajes me recuerdan a la naturaleza y a la navidad. Es una época de regalar y me gusta la motivación del regalo: hacer feliz a alguien. Es una forma bonita de entender la vida. Aceptar todo como si fuera un regalo. Los elfos, además, viven en la naturaleza y a mí me gusta verme como una parte más de ella.
Las razones de Elf son, incluso, poéticas. Pero la policía no es tan lírica.
—¿Explicarías eso mismo en una comisaría?
—En estos cuatro años, la policía me ha pedido la documentación dos veces. Me preguntaron por qué no tenía papeles y me pidieron que rellenara unos formularios. Les dije que muchas de mis contestaciones no les iba a gustar. Mi nombre, por ejemplo. Me llamo Elfo porque yo lo decidí así y no sería honesto firmar un documento con otro nombre. En la casilla de nacionalidad escribiría ‘Sur del mar Báltico’ y eso tampoco les haría mucha gracia.
—¿Cómo reaccionan cuando ven esos datos en el formulario?
—Siempre dejan que me marche de comisaría porque no hago nada malo. Me llevan allí por no tener documentación. Nada más. No hago daño a nadie, soy amable con ellos, intento apelar a su lado humano y traspasar la coraza profesional. ¿Qué ganan teniéndome ahí? ¿Qué ganan haciéndome daño? Al final, todos somos humanos.
En el metro no compra billetes y, en su lugar, muestra una tarjeta en la que escribió: “Hola, vivo estrictamente sin dinero desde hace tres años. Viajo sin tique. Me llamo Pavlik Elf y apoyo la creación de Solidarityeconomy.net”. El aviso, escrito con su letra en un folio blanco, casi siempre funciona. La excepción acaba en una conversación con unos vigilantes de seguridad que pocas veces escucharán una historia similar.

Vivir sin dinero

“Toda la naturaleza funciona sin dinero. Hay formas de vivir y de organizarse sin monedas”, indica Elf. “No quiero que las decisiones de mi vida dependan del dinero”. Este hombre del sur del Báltico considera que “el dinero es una forma muy primitiva de condicionar las relaciones humanas”. Elf entiende las leyes de dar y recibir de un modo radicalmente distinto a cualquier sistema económico tradicional. “Prefiero que alguien me dé una manzana porque aprecia mi talento o porque le apetece en lugar de hacerlo a cambio de unas monedas”, especifica con su perpetua sonrisa.
El ingeniero especializado en tecnologías de la información asegura que esta forma de entender la economía tiene un impacto muy positivo. La pobreza no es, para Elf, falta de dinero. Es la ausencia de una red de personas alrededor.
La decisión de vivir sin dinero no tiene nada que ver con la extravagancia. Tiene un respaldo filosófico que pocas personas en este planeta podrían soltar con la elocuencia que hace Elf.
—A las mayorías les asusta la diferencia. ¿Te han llamado alguna vez ‘raro’ o ‘loco’?
—No. Me muevo con gente que entiende lo que hago y que tiene planteamientos de vida similares.
El hacker se atrevió a hacer algo absolutamente insólito. Algo que atraparía en un ataque de pánico a la mayor parte del mundo occidental. Paró su vida de ingeniero en San Francisco y la observó como el que disecciona un cadáver. Pensó que no le gustaba el sistema capitalista y que renunciaba a él para investigar otras formas de organización.
“Me interesa más el acceso que la propiedad”, indica.
—Entonces, en vez de dinero, ¿utilizas el trueque?
—No. Me parece más interesante compartir que intercambiar. Las relaciones entre personas deben llevar a un beneficio mutuo. Intento apoyar al común, al procomún, a la comunidad en general. No hago las cosas para obtener algo a cambio. Entiendo el trabajo y las relaciones humanas como si se tratara de la vida familiar. En una familia no se hacen intercambios. Todos colaboran por el bien de todos. Todo lo que haces es por la comunidad.
“Entiendo el trabajo y las relaciones humanas como si se tratara de la vida familiar. En una familia no se hacen intercambios. Todos colaboran por el bien de todos”
Elf llama a esta forma de organización económica consumo colaborativo, economía de la solidaridad o polieconomía. Y no es el único que vive así. Hay, al menos, una decena más y sus webs de contacto están recogidas en la plataforma Moneyless.info. El hacker organizó esta comunidad online para personas que han renunciado al dinero y también creó Hackers4peace (una comunidad de hackers que trabajan en código abierto “por el beneficio de la humanidad”), y Polyeconomy (una web que habla de sistemas alternativos al capitalismo). Además, Elf colabora en proyectos como OuiShare (economía colaborativa), DSpace (una herramienta de código abierto para crear almacenes virtuales de información), Permabank (un servicio que permite a sus miembros vender y prestar productos y servicios) y unMonastery (un espacio social y laboral en el que sus miembros trabajan, de forma conjunta, con los habitantes de una pequeña localidad para mejorar su hábitat. Los miembros de esta comunidad son remunerados por los proyectos desarrollados para esa población).
Lo que más interesa a Elf es investigar sobre “nuevas formas de identidad”. No cree en una desigualdad entre personas basada en la etiqueta de español, chino o peruano. Es más justo, a su entender, un “sistema de reputación” en el que un individuo vale en función de lo que contribuya a la comunidad.
—No uso pasaporte y por eso investigo modos más modernos de construir la identidad de una persona. Estoy trabajando en sistemas de reputación en los que los demás pueden ver lo que contribuyes al procomún. Todos ven lo que hace cada uno y si a alguien le gusta lo que haces, puede ofrecerte ayuda extra o regalarte algo. Es la economía de la reputación.
Elf desarrolla tecnologías distribuidas. Esas al que el tecnólogo atribuye una filosofía contraria a la centralización del poder en unas solas manos y que intentan favorecer los principios de compartir, descentralizar, acceso libre y mejora constante por la comunidad.
—Debería haber entonces varios sistemas de reputación para que cada persona decida en cuál confía. Uno solo nos llevaría de nuevo a la centralización.
—Sí. Tiene que haber varias opciones para mostrar el klout (influencia de un individuo en la red). Trabajo en tecnologías en las que tú tienes todo el control de centralizar tu propia información.
El báltico pretende que su experimento ascienda un escalón más. “Voy a publicar en mi web qué consumo y en qué contribuyo. Los usuarios podrán decirme qué opinan y les pediré sugerencias para ver en qué más puedo colaborar. Quiero involucrar a otras personas en mi toma de decisiones. Lo haré para ser más transparente”.
FUENTE http://www.yorokobu.es

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