LA “BATALLA DE ITUZAINGÓ”: EXPERIMENTO DE CONTROL MENTAL DE LA POBLACIÓN

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ituzaingóNo me andaré con eufemismos a la hora de plantear esta hipótesis  de la que, hora a hora, estoy más convencido. Quisiera, sí, ahorrarles a escépticos y lectores lineales de la Realidad el aburrimiento de unos párrafos con los que no comulgarán en absoluto y, precisamente por ello, no creo que ni ellos ni yo tengamos que gastar energías dignas de mejores intenciones en un debate estéril. Escribo para mis lectores tradicionales, aquellos con quienes nos movemos en un ámbito de paradigmas mentales que nos es común, porque, cada día también, estoy más convencido que la polifacética Realidad admite múltiples lecturas y esta es seguramente una de tantas pero, por no compartir esos paradigmas, nos confundiría en una discusión estéril.
Hecha la salvedad y curado en salud, resumo para lectores no argentinos (en tiempos que Google hace casi innecesario este ejercicio): un día atrás, en una localidad del conurbano bonaerense llamada Ituzaingó, zona de alta volatilidad social y campo de combate de oscuros intereses partidistas, fronterizos entre lo políticamente aceptable y lo delictivo, una concentración aparentemente “popular y autoconvocada”, angustiada por rumores de secuestros de niños, trató de destruir un circo itinerante y se enfrentó a pedradas con la policía. Las informaciones son abundantes pero confusas y contradictorias: se habla de elementos no vecinales, entre ellos, “barrabravas” de un club de fútbol. Se habla de la pérdida de la “caja chica” que las autoridades locales contaban y que la reorganización administrativa del cambio de signo político les habría privado. Mis luces son escasas para iluminar un escenario que requiere, a la vez, de una mirada sociológica, económica, cultural y política: no me cabe a mí distribuir responsabilidades.
En lo que quiero detenerme es en lo que sí me compete: el análisis de factores trascendentes. Trascendentes, en el sentido que “trascienden”, van “más allá“ de la materialidad perceptible. Y señalo, para comenzar, la presencia de dos mitos urbanos, como tales, presentes en toda época –cuando menos, mirando hacia décadas atrás-: “los circos roban niños” y “una camioneta blanca secuestra niñas”.
De este último he escrito en este artículo. Vuelvo sobre el particular al recordar que en numerosos países y momentos los decires sobre esto no hallaron, finalmente, justificación alguna. En nuestro propio país y por Facebook –sin ir más lejos- hace rato que se alienta el temor popular a adolescentes cooptadas por extraños que se desplazan en traffics, vans o camionetas sempiternamente blancas (uno imaginaría a los cacos con un poco de originalidad y no ponerse inevitablemente en evidencia hasta por este detalle). Los investigadores policiales y judiciales ya saben que cuando se profundiza, se encuentran con adolescentes que han mentido por un colectivo de razones que no vienen al caso aquí: necesidad compulsiva de llamar la atención, ocultar algún desaguisado escolar, una escapada amorosa, etc. Yo mismo, en otra ciudad y hace tiempo, escuchaba a una madre genuinamente preocupada que me relataba como su hija –según el relato de la misma- había sido víctima de un intento de estos “secuestros”. Me relataba esto en presencia de la niña, quien permanecía en silencio y con la mirada perdida y –sé que es muy subjetivo, pero fue mi percepción- sentí en ese silencio el rubor de una mentira, que la mamá –y es muy comprensible- creía sin cuestionar. Ni en ese caso, ni en otros donde los propios familiares organizados trataron de vigilar los contextos de sus hijos, pudo fundamentarse nada.
El otro “mito urbano” ya fue dicho: sobre los circos. A mí mismo, de niño y hace décadas de esto, me lo habían dicho. Nunca supe que hubiera un hecho fehaciente.
En el caso de Ituzaingó, aparece en televisión un joven padre quien relata, en cambio, que a él sí le ocurriò. Que un individuo descendido de una camioneta blanca trató de arrebatarle su hija de los brazos, cosa que obviamente no consiguió. Hizo la denuncia policial y el caso está judicializado. Aquí, sí, tenemos una (una) denuncia concreta. Luego, no sabemos de qué manera –aunque luego lo explicaré- esto se articula con que los responsables eran parte de un circo instalado pocos días antes en las cercanías y allí marcharon a destrozarlo, con el revuelo subsiguiente. En el circo, sí, había una camioneta blanca (a fin de cuentas, ¿cuántas camionetas blancas hay en el país?) que no coincidía con la marca y modelo que el padre denunciò –fue muy específico- y ploteada con publicidad del circo. Pendiente queda –nunca hay que descartar toda vía de investigación- demostrar si hubo alguna relaciòn…
Haré futurología y anticiparé que la investigación quedará en nada. ¿Y entonces, qué decir de la denuncia de ese padre?. Creo que mintió. Que se vio compulsado (enseguida hablo de por qué fuerza) a inventar una historia, presionado a denunciarla, compelido a admitirlo ante cámaras en una vorágine de la que después no pudo bajarse. Empujado por un egrégoro.
No me detendré a volver a explicar lo que en Esoterismo se entiende por tal. Siga, el interesado, este enlace. En pocas palabras concibámoslo como una estructura autónoma del Inconsciente Colectivo con cierto autarquismo, que se “alimenta” de emociones básicas del grupo humano que, conscientemente o no, lo genera. Una vez instalado, “despertará” y pulsará sobre los integrantes del grupo gregario al que pertenece porque lo genera. Nuestro Inconsciente Personal es tributario del Inconsciente Colectivo al que pertenecemos. Y si no tenemos control volitivo, control consciente, sobre nuestro Inconsciente Personal, ¿cómo podemos creer que podremos tenerlo sobre las pulsiones del Inconsciente Colectivo?. Así y entonces, de la misma manera que no somos dueños de los “actos fallidos” de nuestro Inconsciente Personal, menos lo somos de los del efecto del Inconsciente Colectivo sobre nosotros. Luego –sólo después- tomamos consciencia, es decir, nos damos cuenta de lo que hemos hecho. Pero la rueda ya está en movimiento. Seamos, en consecuencia, comprensivos con quienes son víctimas inconscientes de esa pulsiòn que no podrían racionalizar.
Lo que realmente me preocupa es que aquí, en este contexto de sensibilidad y disconformidad social, dos mitos urbanos, es decir, dos egrégoros, se dan cita para ser funcionales a un objetivo que se intuye. Esto no puede ser casual; habla de “alguien” perfectamente consciente de esto y que lo manipuló, usó, empujó para ponerlos al servicio de esos intereses. No debería asombrarnos: hemos dado cuenta, por ejemplo en esta serie de artículos, que detrás de la historia política de muchos países, y también el nuestro, se intuye la presencia de “monjes negros” cercanos al (mal) uso de lo esotérico (que no es más que la manipulación de lo Trascendente, es decir, lo espiritual, con fines espúreos) para ser serviles a líderes políticos que si son de primera o décima línea, poco importa. No es tan difícil: en alguna otra parte, he explicado como, durante la crisis de 2001/2002, cuando el país estaba al borde de estallar, los servicios de inteligencia, mediante el simplísimo método de comentar rumores en distintos puntos del país simultáneamente, lograron asustar a la población y mantenerla encerrada en sus casas. El rumor era siempre el mismo: “Del barrio Tal –siempre, algún asentamiento de emergencia, un barrio marginal- viene una muchedumbre saqueando y rompiendo todo”. Tras algunos conatos de disturbios en distintos puntos que ocasionaron muertos y heridos, escuchar esa versiòn en un comercio, en el almacén de la esquina, en el club, resultaba absolutamente creíble y la gente elegía permanecer a la defensiva en sus hogares, armarse, en algunos casos, en aparente defensa propia. No existían estas redes sociales pero sí las “listas de correos” y llegaban mails de todas partes –recuerdo, con pocas horas de diferencia, de Rosario, Bahía Blanca, Salta, Mendoza- de colisteros preocupados y atrincherados. Simpleza de manual (de inteligencia) altamente efectiva.
Dicho esto, piénsese cuánto más efectivo sería emplear “mitos urbanos” fuertemente emocionales (pocas cosas son más fuertemente emocional que puedan secuestrarte un hijo) y redireccionarlos. Si al cuadro de inevitable y comprensible paranoia le sumamos la energía específica del Egrégoro, estamos ante un arma formidable de Control Mental.

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