Los Dogones y la Estrella de Sirio
Como
los dogones (grupo étnico que vive en la región central de Malí) otros
pueblos vecinos como los Bambara, los Bozo de Segu y los Miniaka de
Kutiala comparten desde tiempos inmemoriales idénticos conocimientos
sobre Sirio, en torno a cuyo sistema gira buena parte de la vida ritual
de estas gentes.
Cada
cincuenta años, por ejemplo, y cumpliendo estrictamente con el “ciclo u
orbita de Sirio B alrededor de Sirio A”, estas tribus celebran sus
ritos de renovación a los que llaman Fiestas Sigui, en honor a Sigui
Tolo que es como conocen a Sirio A. Elaboran complejas máscaras de
madera para celebrar la entrada del nuevo ciclo, que después almacenan
en un lugar sagrado y donde los arqueólogos han podido encontrar piezas
que datan, al menos, del siglo XV. Ahora bien, ¿de donde obtuvieron los
dogones en época tan remota sus precisos conocimientos astronómicos?.
Griaule
y Dieterlen prefirieron limitarse a describir aquello que les fue
transmitido por los hogon, o jefes de cada pueblo iniciados en el
secreto de Sirio, sin hacer una valoración de sus hallazgos. Pero en
1970, Griaule publicó un libro que tituló ‘Génesis Negro‘,
algunas de las notas que su padre Marcel no se atrevió a dar a la luz.
En ellas se describía como los dogones creían en un dios hacedor del
Universo al que llaman Amma, que mandó a nuestro planeta a un dios
menor, al que conocen como Nommo, para que sembrara la vida aquí.
Nommo
descendió a la Tierra y trajo semillas de plantas (describe una de las
tradiciones recogidas por Griaule de boca de un hogon, llamado
Ogotemmeli), que ya habían crecido en campos celestes. Después de crear
la Tierra, las plantas y los animales, Nommo creó a la primera pareja de
humanos, de los que más tarde surgirían ocho ancestros humanos que
vivieron hasta edades increíbles. De Nommo, los dogones dicen también
que era una criatura anfibia (probablemente muy parecida al dios
babilónico Oannes), y que regresó al cielo en un arca roja como el fuego
después de cumplir con su tarea.
En
1976 Robert K.C. Temple, un lingüista norteamericano miembro de la
Royal Astronomical Society británica y afincado en Londres, publicó un
osado libro que tituló ‘El Misterio de Sirio’,
en el que aventuró que Nommo fue un extraterrestre que dejó en la
Tierra, hace entre siete y diez mil años, toda clase de pistas sobre su
origen estelar: “Cualquier otra interpretación de las citadas pruebas no tendría sentido” concluyó
Temple. Y quizás no le faltase razón, pues sus argumentos, lejos de
haber sido refutados con el tiempo, se ven reforzados por
descubrimientos como el de Sirio C que ya anunció en su obra hace casi
veinte años.
Pero
el conocimiento del sistema triple de Sirio no fue patrimonio exclusivo
de los dogones y de los pueblos vecinos, lo cual nos obliga a abrir aún
más el radio de esa supuesta influencia extraterrestre en el pasado.
Los antiguos egipcios, por ejemplo, mostraban una gran veneración hacia
la estrella del Perro o Sirio, que se encuentra en la constelación del
Can Mayor. Fue sir Norman Lockyer, astrónomo británico fundador de la
revista Nature, el primero en darse cuenta de que muchos templos
egipcios estaban alineados hacia Sirio, cuya aparición y desaparición en
los cielos sirvió como base a uno de los dos calendarios usados en
Egipto.
El
primero de ellos era de uso popular y de escasa complejidad matemática
estableciendo la duración del año en 365 días exactos, pero el basado en
Sirio además de servir para fechar cuestiones sagradas y dinásticas, se
fundamentaba en observaciones astronómicas extraordinariamente precisas
y establecía la duración del año en 365,25 días. Se comprobó, por
ejemplo, como muchos de los templos egipcios, orientados hacia el sol
naciente (lo que dio pie a que los arqueólogos especulasen con la
existencia de una religión solar), estaban flanqueados por dos obeliscos
que, ubicados en un lugar previamente determinado, servían a los
sacerdotes para ver sobre la línea del horizonte por donde salía el sol a
lo largo del año, pudiendo marcar así el inicio de los solsticios de
verano e invierno.
Aquel
control del Sol sirvió a los egipcios para comprobar que había un día
en el que Sirio y el Sol salían por el mismo punto. Comprobaron
igualmente que cada cuatro años Sirio se retrasaba un día en acudir a su
cita, lo que originó el ciclo de Sirio o sóthico en honor de la diosa
Isis o Sothis que se cumplía cada 1460 años, es decir, pasado ese
periodo de tiempo el calendario sóthico y el vulgar volvían a coincidir
al inicio del año nuevo (1460 años X 0,25 días de error = 365 días).
Este calendario sóthico ha permitido fechar con precisión
acontecimientos que sucedieron 43 siglos antes de Cristo, lo cual
demuestra que hace ya más de cuatro mil años los egipcios conocían estos
ciclos.
¿Cuándo
hicieron sus observaciones de Sirio para establecer su calendario?
¿Acaso fue este un conocimiento llegado por los mismos dioses de los
dogones y una nueva pista sobre su origen? La identificación de Sirio
con la diosa Isis (la Señora de los Dos Fuegos), refiriéndose a sus dos
estrellas más grandes( A y B) fue confirmada hace ya varias décadas por
los estudiosos Otto Neugebauer y Richard Parker,pero nunca supieron
interpretar fue el por qué‚ en la iconografía egipcia Isis iba a menudo
acompañada de las diosas Anukis y Satis, que ahora, desde luego, pueden
entenderse como Sirio B y Sirio C.
Otra
clave simbólica puede tener que ver con Osiris, mitológicamente hermano
y compañero de Isis y encarnación de la Tierra, cuyo nombre en
jeroglífico es representado frecuentemente como un ojo sobre o bajo un
trono, lo que podría dar lugar a pensar en la rotación de nuestro
planeta (y por consiguiente de todo el sistema solar) en torno a Sirio.
No en vano Kant definió a Sirio como “el Sol de nuestro Sol”, hipótesis
que llevó a muchos astrónomos decimonónicos a establecer la distancia
entre Sirio y nosotros como “unidad astronómica”. Y lo chocante es que
los dogones conocían a Sirio A también como la “estrella sentada”…
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