‘Sé tú mismo’ es un pésimo consejo
nytimes.com
Adam Grant
Iba
a ser la presentación más importante de mi vida: era mi primera
aparición en el escenario principal de las conferencias TED y ya había
descartado siete borradores. En busca de nuevas ideas, les pedí algunas
sugerencias a mis amigos y colegas. “Lo más importante”, dijo el
primero, “es ser tú mismo”. Las siguientes seis personas me dieron el
mismo consejo.
Vivimos
en la Era de la Autenticidad, en la que “ser tú mismo” es el típico
consejo para la vida, el amor y el trabajo. La autenticidad significa
borrar la división entre lo que tú crees firmemente en tu interior y lo
que le muestras al mundo exterior. Tal como la define Brené Brown, profesora de la Universidad de Houston, la autenticidad es “la decisión de dejar que nuestro verdadero yo se revele”.
Queremos
vivir vidas auténticas, casarnos con parejas auténticas, trabajar para
jefes auténticos y votar por un presidente auténtico. Al inicio de los
cursos universitarios los discursos basados en “sé tu mismo” son de los más populares (después de “expande tus horizontes” y antes de “nunca te rindas”).
“No tenía idea de que ser tú misma te podía volver tan rica como lo soy”, dijo en broma Oprah Winfrey hace algunos años. “Si lo hubiera sabido, lo habría intentado mucho antes”.
Pero para
la mayoría de la gente “sé tú mismo” es un mal consejo. Permítanme ser
auténtico por un momento: nadie quiere ver tu verdadero yo. Todos
tenemos pensamientos y sentimientos que consideramos fundamentales en
nuestras vidas, pero que es mejor callar.
Hace una década, el autor A. J. Jacobs pasó
unas cuantas semanas tratando de ser totalmente auténtico. Le comentó a
una editora que le gustaría acostarse con ella si fuera soltero y le
hizo saber a su niñera que la invitaría a salir si su esposa lo dejara.
Le
informó a una niña de cinco años que el escarabajo que tenía en la mano
no estaba tomando la siesta, sino que estaba muerto. Les dijo a sus
suegros que sus conversaciones eran aburridas. Es fácil imaginar cuáles
fueron las consecuencias del experimento.
“El
engaño es lo que hace que el mundo gire”, concluyó. “Sin mentiras se
acabarían matrimonios, despedirían a los empleados, se destrozarían egos
y caerían gobiernos”.
Cuánto busca alguien ser auténtico depende de un rasgo de la personalidad llamado autorregulación.
Un autorregulador fuerte observa constantemente a su alrededor en busca
de pistas sociales y se adapta. Odia la incomodidad social y trata
desesperadamente de no ofender a nadie.
Pero si la autorregulación es baja, la persona se guía más por su estado interno, sin importar las circunstancias. En un estudio fascinante,
cuando a un grupo de personas le servían un filete, los
autorreguladores fuertes lo probaban antes de agregarle sal, mientras
que los autorreguladores bajos le ponían sal primero. El psicólogo Brian Little lo explica así: “Es como si quienes se controlan menos conocieran muy bien su personalidad salina”.
Los
autorreguladores bajos tachan a los altos de camaleones e hipócritas.
Tienen razón en cuanto a que hay un momento y un lugar para la
autenticidad. Algunos resultados preliminares de una investigación
sugieren que los bajos suelen tener matrimonios más felices y menos
probabilidades de divorcio. Con la pareja amorosa, ser auténtico puede
llevar a una conexión más genuina.
Sin
embargo, en los demás aspectos de nuestras vidas, ser muy auténtico
puede tener un precio. Quienes se regulan a un alto nivel avanzan más rápido y logran un mayor estatus,
en parte porque están más preocupados por su reputación. Aunque para
algunos eso pareciera premiar el fraude de la autopromoción, ellos pasan
más tiempo investigando qué necesitan los demás y ofreciendo su ayuda.
En un extenso análisis
de 136 estudios con más de 23.000 empleados, los autorreguladores altos
recibieron evaluaciones mucho más altas y tuvieron más probabilidades
de lograr ascensos a puestos de liderazgo.
Curiosamente, las mujeres suelen regularse menos
que los hombres, quizá porque ellas tienen más presión social para
expresar sus sentimientos. Tristemente, esto las pone en riesgo de que
se les juzgue como débiles o poco profesionales. Cuando Cynthia Danaher
fue nombrada gerente general en Hewlett-Packard, le anunció
a sus 5300 empleados que el trabajo “le causaba miedo” por lo que
“necesitaba ayuda”. Fue auténtica y su equipo le perdió la confianza
desde el principio. Algunos investigadores incluso sugieren que la baja
autorregulación puede afectar el progreso de las mujeres.
Pero incluso
los autorreguladores altos pueden sufrir por la idea de autenticidad,
pues eso presupone que existe un yo verdadero: un cimiento de nuestras
personalidades que es una combinación de convicciones y cualidades. Tal
como la psicóloga Carol Dweck ha demostrado desde hace tiempo: el simple hecho de creer que existe un yo inamovible puede interferir con el crecimiento.
Los
niños que creen que sus capacidades son fijas se rinden después de
fracasar; los gerentes que piensan que el talento es inalterable no
pueden apoyar a sus empleados. “Cuando luchamos por mejorar nuestro
comportamiento, un sentido claro y firme del yo es una brújula que nos
ayuda a navegar entre las opciones y progresar hacia nuestras metas”, recalcó
Herminia Ibarra, profesora de comportamiento organizacional en la
escuela de negocios Insead. “Cuando buscamos cambiar nuestro
comportamiento, un concepto muy rígido del yo se convierte en un ancla
que nos impide zarpar”.
Entonces, ¿qué debemos esforzarnos por alcanzar? Hace décadas, el crítico literario Lionel Trilling nos dio una respuesta
que suena anticuada para nuestros oídos auténticos: sinceridad. En
lugar de buscar nuestro yo interno y después de hacer un esfuerzo
consciente para expresarlo, Trilling nos insta a comenzar con nuestro yo
externo. Poner atención a cómo nos presentamos a los demás y después
esforzarnos por ser la persona que decimos ser.
En lugar de cambiar desde adentro hacia fuera, tratemos de interiorizar el exterior.
Cuando
Ibarra estudió a consultores e inversionistas bancarios, se dio cuenta
de que los autorreguladores altos eran más propensos que sus colegas
auténticos a experimentar con distintos estilos de liderazgo. Observaban
a los jefes más antiguos de la empresa, tomaban prestados su lenguaje y
su modo de actuar y los practicaban hasta que estos se convertían en
algo natural. No eran auténticos, pero eran sinceros. Esto los hizo más
eficientes.
El
cambio de autenticidad a sinceridad puede ser muy importante para la
generación del milenio. La mayoría de las diferencias generacionales
están muy exageradas:
principalmente las motivan la edad y la madurez, no el hecho de haber
nacido en determinado periodo. Sin embargo, un descubrimiento importante
es que las generaciones jóvenes están menos preocupadas por la aprobación social. Ser auténticos funciona de maravilla, hasta que los empleadores comienzan a examinar sus perfiles en redes sociales.
Como
soy introvertido comencé mi carrera con pánico de hablar en público. Es
por esto que, en primer lugar, mi verdadero yo no podría participar en
una TED Talk.
Pero como me apasiona compartir conocimientos pasé la siguiente década
aprendiendo lo que Little, el psicólogo, llama “meterse en el
personaje”. Decidí ser la persona que yo aseguraba que era, una que está
cómoda bajo los reflectores.
Funcionó.
La próxima vez que la gente diga “Solo sé tú mismo” hay que pararla en
seco. Nadie quiere oír todo lo que pasa por nuestra mente. Solo quieren
que vivamos a la altura de lo que sale por nuestra boca.
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