Vivir huyendo del miedo dura eternamente. Enfrentarse a él, dura sólo un segundo

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La sensación de miedo es un recurso biológico cuya función es garantizar nuestra supervivencia. Este miedo natural actúa de forma breve y concisa. Sin embargo, en nuestra cultura hemos desarrollado entornos complejos y artificiales que nos pueden hacer sentir amenazados por ‘cosas’ que no son reales; nos protegemos de meros ‘fantasmas’ que son generados, en su mayoría, por prejuicios, ideas y actitudes emocionales transmitidas socialmente (sobre todo por familiares y cuidadores).
El miedo es la base de todas las emociones negativas, ya sea angustia, ansiedad, estrés, enfado, ira u odio. Estas emociones son simples reacciones diferentes ante el miedo, que casi siempre está enterrado y camuflado en el sustrato de nuestra mente. Por eso, el problema real de cualquier persona que sufra o se lamente por algo de forma crónica es un miedo subyacente, aunque nuestra mente nos diga que el problema es la pareja, el vecino, la injusticia en el mundo, nuestra falta de talento o nuestra falta de autoestima.
Sufrimos por un miedo del pasado que es reactivado cuando interaccionamos con los demás y con nosotros mismos; este miedo desencadena emociones y pensamientos negativos, que crecen exageradamente debido a nuestra incapacidad de reconocer y cuidar de él adecuadamente. Los argumentos esgrimidos por nuestro pensamiento no son las razones auténticas de nuestro sufrimiento sino simples intentos de justificar, racionalmente, la desagradable emoción de la que no conseguimos librarnos. Y no nos libramos porque huimos de ella, en vez de mirarla a los ojos…

¿Qué ocurre cuando ignoramos estos miedos, cuando escapamos de ellos y no los miramos de frente?  Si reaccionamos queriendo huir de una sensación de inseguridad, desagradable o incómoda, lo que provocamos es miedo exagerado, angustia o ansiedad crónica. Esto es así porque al rechazarlo, al huir del miedo, no hacemos otra cosa que validar su presencia, reactivar y fortalecer la pauta neuronal que lo desencadena. Volverá… una vez y otra. Vivir toda la vida bajo una sensación continua de estrés o ansiedad es muy destructivo y te separa irremediablemente de la salud y de encontrar tu verdadero camino en la vida.
El pinchazo de enfrentarse al miedo dura sólo unos segundos, sin embargo, solemos tomar el camino de perpetuar la angustia indefinidamente (casi siempre para el resto de nuestra vida…). Preferimos posponer un problema aunque luego nos atormente, ya que enfrentarse a él supone un mayor dolor momentáneo, en el corto plazo. Nuestro instinto nos lleva a esa decisión absurda porque, en ese instante, es más ‘fácil’ evitar el pinchazo de  enfrentarse al miedo o al dolor.
El instinto de supervivencia no sabe de largo plazo, siempre elige lo ‘mejor’ para este preciso instante, aunque eso te condene a la infelicidad eterna…
¿Cómo es posible que nuestro instinto nos perjudique tanto? Sencillamente, nuestro instinto sería eficiente en la naturaleza primitiva donde hemos evolucionado, pero no en nuestra cultura “moderna” donde las amenazas ya no son leones ni eventos puntuales sino situaciones psicológicas que pueden perdurar en el tiempo. Un ejemplo de esto son los prejuicios sociales acerca de lo que debemos hacer con nuestra vida, lo que está bien visto y mal visto en nuestra sociedad, etcétera. En este escenario, nuestro instinto de protección puede arruinarnos la vida porque para evitar el dolor de un miedo que no reconocemos (miedo a no sentirnos aceptados), acabamos por adaptarnos a lo que los demás esperan de nosotros y renunciamos, inconscientemente, a vivir la vida que realmente deseamos.
“La valentía no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él” (Nelson Mandela)
La sociedad actual nos transmite la falsa imagen de que los ‘triunfadores’, ya sean deportistas de élite o cualquier otra persona con éxito social, no sufren ni tienen miedos en sus vidas; este mito no ayuda al resto de la población a gestionar sus dificultades. El miedo se ha convertido en un tabú y eso provoca la tendencia a huir de él. El triunfador, el que consigue la mayoría de los retos que emprende, es el que observa sus miedos con total normalidad y no se bloquea por ellos, consciente de que en realidad no son nada, son sólo sensaciones. De hecho, algunos aprovechan su presencia como desafíos para dar pasos hacia adelante, disfrutando incluso de esas sensaciones de miedo que generan adrenalina. Eso sí, no les gusta llamarlo miedo en público porque les hace parecer débiles… pero ¡naturalmente que es miedo!.

Una sociedad que transmita el falso credo de que sentir miedo es una debilidad y que has de hacer todo lo posible por ocultarlo, será una sociedad profundamente infeliz.
Hay que elegir siempre la opción que más libres nos haga, y ésta suele ser enfrentarse a la sensación negativa más intensa, es decir, enfrentarse al miedo, reconociendo y aceptando su existencia y dando un paso hacia adelante a pesar de su presencia. Con el tiempo, este miedo se hace cada vez menos limitante porque en realidad era nuestra reacción a él lo que nos paralizaba. Cuanto más normal lo sintamos, mas inofensivo se vuelve. Enfrentemos y cuidemos de nuestros miedos para ser personas libres y felices.
–  Sergio – En búsqueda de la brújula interior 

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