La crisis del periodismo o el caso del pianista que se convirtió en gánster
vozpopuli.com
En plena primavera de 2012, cuando más arreciaban las presiones de los mercados sobre España, Mauricio Casals recibió una llamada de José Manuel Lara,
presidente de Planeta y del Grupo Atresmedia. Tenía que pedir cita
urgente en Moncloa para transmitir al presidente del Gobierno la opinión
unánime del Consejo Empresarial de la Competitividad (CEC) según la
cual España debía pedir el rescate país sin demora, porque la situación
era insostenible. Con la prima de riesgo por las nubes, los grandes
temían ver cerrado su acceso a los mercados financieros. Y ninguno de
los patronos del poderoso lobby que al alimón pastoreaban entonces César Alierta (Telefónica) y Emilio Botín (Santander),
se atrevía a plantearle a Rajoy la cuestión a cara de perro. Fue Casals
quien, a pedido de su jefe, asumió gustoso el encargo cual eficiente go-between, Mariano, tengo que verte, y delante del gallego planteó la cuestión sin cortarse un pelo.
-Y tú, ¿qué harías…? Rezongó el gallego con su habitual arrojo.
-Ah, no sé, presidente, ni idea. No tengo información y mucho menos opinión fundada para opinar sobre un tema tan complejo.
-Ya… Bueno, la situación es muy complicada. Veré lo que puedo hacer. Tengo que reflexionar.
-Seguro que lo que hagas estará bien hecho.
-¿Y no me preguntas qué decisión voy a tomar…?
-No,
no, jamás, y no quiero que me lo digas, porque si me lo dices se lo
tendría que contar a mis jefes, así que mejor no saber nada.
Y
Mariano se reía socarrón. Una nueva demostración de poderío por parte
de uno de los hombres más temido, por unos, y admirado, por otros,
considerado por casi todos como el más influyente lobista español de los
últimos tiempos, desde luego un gran conseguidor, un verdadero
“príncipe de las tinieblas” acostumbrado a operar siempre en la sombra,
tras las bambalinas, en ese discreto segundo plano donde se adoptan
decisiones de cuyos resultados luego presumen otros. Casals ha
conseguido un récord difícil de igualar en la España de la Transición:
tener a dos vicepresidentas del Gobierno, de distintos partidos,
comiendo de su mano: primero fue María Teresa Fernández de la Vega (PSOE), gracias a la cual consiguió que el Gobierno de Rodríguez Zapatero
suprimiera la publicidad de la televisión pública, cuyo déficit cubren
desde entonces los PGE con los impuestos de los españoles, para que las
privadas se hicieran de oro, y después Soraya Sáenz de Santamaría,
pieza esencial en la absorción de La Sexta por Antena 3, un matrimonio
aparentemente contra natura, una operación de juzgado de guardia que
exigió modificar las condiciones impuestas por la Comisión Nacional de
la Competencia (CNC), para quien la suma “reforzaba de forma
significativa el poder de mercado de Atresmedia en el mercado de la
publicidad en televisión, y favorecía la creación de un duopolio de
facto” entre Atresmedia y Mediaset (Telecinco).
Exquisito
en el trato personal, Casals ha demostrado ser un experto en el arte
discursivo típico del condotiero, el palo y la zanahoria. “Cifuentes
tiene que saber que no es solo La Razón, sino que está La Razón, Antena
3, Onda Cero y La Sexta”. La división acorazada de Atresmedia al
completo estaba dispuesta a meter en cintura a Cristina Cifuentes, para evitarque denunciara las irregularidades cometidas en el Canal de Isabel II por Ignacio González y
su equipo. El presidente de La Razón y adjunto a la presidencia de
Atresmedia es un malabarista capaz del “más difícil todavía” de mantener
el control en la sombra de una cadena que opera a favor del PP
(Antena3) y otra que aparentemente derrota contra el PP (La Sexta) las
24 horas del día, pero que, a los mandos del mago García Ferreras, el hombre de confianza de Florentino Pérez,
sirve con precisión cartesiana la estrategia diseñada por Soraya desde
los sótanos de Moncloa para mantener al PP en el poder en estos tiempos
de exaltación populista: la creación artificial de un enemigo (Podemos)
capaz de arrinconar al PSOE y de meter a las aterradas clases medias
miedo en el cuerpo bastante como para que sigan votándonos a nosotros
por los siglos de siglos amén.
La división acorazada de Atresmedia estaba dispuesta a meter en cintura a Cifuentes para evitar que denunciara las irregularidades cometidas en el Canal de Isabel II por González
Hombre de permanente
sonrisa y mala salud de hierro, de inteligencia poco común, Casals, 68,
es la pieza clave de un engranaje que solo podría funcionar en un país
con un deterioro institucional tan acusado como el nuestro. Que sólo
podría progresar entre la corrupción institucional. Toda la información
que genera esa máquina de picar carne que es el Madrid político pasa por
Casals. Desde el glamuroso bar del Hotel Palace de Madrid mantiene la
conexión entre Moncloa y el Grupo Atresmedia, cuida los intereses de la
familia Lara, da órdenes al “presidente” Crehueras, vigila el desempeño de Farreras, ordena, trafica, promete, sonríe, y si hace falta, amenaza. María González Pico, guardaespaldas de Soraya, es su contacto directo con la vicepresidenta, y Paco Marhuenda,
su chico de los recados. Y aún le queda tiempo para abrir puertas a los
capos del negocio de la sanidad privada a través de IDC Salud (antes
Capio), y para facturar suculentas minutas desde sus sociedades –el gran
Mauricio se define a veces como un “consultor” independiente que tiene
entre sus clientes a Atresmedia- a notorios empresarios cuyos sillones
protege de las asechanzas de gobiernos poco amigos, caso de Antonio Brufau (Repsol) o Javier Monzón (Indra), entre otros.
Casals
ejemplifica como pocos el tótum revolútum en que ha devenido la vida
política madrileña, melé perfecta en la que participan políticos,
empresarios, jueces, conseguidores, policías corruptos y periodistas
venales, gente que trafica con influencias, vende favores, guarda
secretos e intenta hacerse rico en el lado oscuro de la ley. En su
descargo, cabe decir que no ha descubierto nada. Ya estaba todo
inventado. Lo hicieron en los ochenta Jesús Polanco y Juan Luis Cebrián,
los amos del grupo Prisa, maestros en el arte de hacer negocios
blandiendo el as de bastos de su 'cañón Bertha' contra quien osara
llevarles la contraria e imponiendo la agenda política a los gobiernos
de Felipe González, y les siguió después el “bobo solemne” con el grupo Mediapro de Jaume Roures, Contreras y compañía.
La eterna feria de las vanidades
Nuestro
hombre es hoy el mascarón de proa del grupo multimedia más poderoso del
país, émulo de lo que en otro tiempo fueron los citados. Siempre con el
periodismo como comodín. Con la condición servil del periodismo patrio.
El periodismo entendido como negocio. El negocio de la libertad. Es una
consecuencia de la ausencia de editores vocacionales, sustituidos en
España por meros aventureros dispuestos a traficar con la información
para meterse en la cama con los poderosos del lugar y hacer negocios
(Polanco, con los Botín, los March, los Albertos y toda la beautiful people de su tiempo, incluido Mario Conde). En contra de Heráclito, nada cambia, todo permanece. Lo contaba ayer Rubén Arranz en Vozpopuli: acosado por parte de los accionistas de Prisa, Cebrián ha pedido auxilio al Emérito para que medie ante Alierta e Isidro Fainé:
"pese a los fallos de gestión que haya podido cometer, mi permanencia
al frente del grupo es fundamental para la estabilidad de España". La
eterna feria de las vanidades, la inacabable fiesta de la corrupción.
Casals ejemplifica como pocos el tótum revolútum en que ha devenido la vida política madrileña
“Ya nos hemos inventado una
cosa para darle una leche”, dice Marhuenda a su jefe de La Razón.
Estamos dispuestos a todo con tal de evitar que Cifuentes denuncie el
agujero del Canal. Tampoco él está descubriendo ningún Mediterráneo,
tampoco está haciendo algo que no se haga todos los días en múltiples
cabeceras desde hace tiempo. Es una corrupción que viene provocada por
la quiebra del modelo de negocio. El grado de mimetismo de los grupos
editoriales con la burbuja inmobiliaria y de crédito llegó a tal punto
que Prisa fue capaz de endeudarse en más de 5.000 millones, y Unidad
Editorial en más de 1.200, cifras imposibles de saldar con el modesto cash-flow
que arroja el negocio. Solo es posible la supervivencia al lado del
poder, a la sombra de los amos del dinero. Es Sáenz de Santamaría, se
supone que con la aquiescencia de Mariano, quien salva al grupo Prisa de
la quiebra, convenciendo a sus poderosos acreedores (Santander, La
Caixa y Telefónica) para que conviertan en capital parte de la deuda
contraída. En el contexto de un sector financieramente descremado solo
se puede sobrevivir desde el sometimiento y/o la piratería, desde el
asalto a mano armada tipo Ausbanc (hay muchos Pinedas en el mundo del periodismo español), desde el amarillismo, desde la coacción, desde la mentira.
Un
ramillete de grandes anunciantes (las estrellas –Telefónica, Santander,
BBVA, Iberdrola, ECI y por ahí- de nuestro rutilante Ibex 35) sostiene
el tinglado de la información en España mediante la fórmula de los
“acuerdos de patrocinio”, de modo que si un grupito de señores decidiera
un día en torno a una mesa cerrar el grifo de repente, el 95% de los
medios, desde el sonoro multimedia hasta el ínfimo chiringuito, se vería
obligado a echar el cierre. El mundo de internet vive asediado por la
dificultad de financiar adecuadamente una plantilla de periodistas
seniors bien pagada y con capacidad de efectuar información propia de
calidad. Facebook, que se nutre de contenidos ajenos, se come la parte
del león del negocio publicitario online ante la
resignada mansedumbre de un sector que no encuentra armas para rebelarse
contra ese bandidaje organizado, y que por ende no es rentable, ergo no
puede ser libre para cumplir los fundamentos de la profesión: buscar
noticias en la calle, comprobarlas adecuadamente y publicarlas sin miedo
a la reprimenda de los amos del Ibex.
Un ramillete de grandes anunciantes sostiene el tinglado de la información en España mediante la fórmula de los “acuerdos de patrocinio”, de modo que si decidiera un día cerrar el grifo el 95% de los medios se vería obligados a echar el cierre
Periodismo en tiempos de
miseria. Sostengo que este no es oficio para hacer amigos, ni para
hacerse rico, ni para derribar presidentes del Gobierno. Muchos
periodistas, sin embargo, se han acostumbrado a un nivel de vida que
soporta mal su talento y la cuenta de resultados del grupo para el que
trabajan. Cebrián lleva cobrados cerca de 25 millones desde 2011 a esta
parte, tiempo en el que ha hecho perder en torno a 3.600 al grupo Prisa.
Otros se han llevado cifras aún mayores tras dejar los medios que
dirigían en almoneda, ello no sin sonoras protestas de haber sido
decapitados por el gobierno de turno. Ilustres periodistas que hoy
firmarán brillantes columnas de opinión hay que, al tiempo que se rasgan
las vestiduras con la corrupción del PP, están con un pie en la
frontera de la información y otro en la de las relaciones públicas, en
el asesoramiento a empresas y bancos. A tanto la pieza. Todo se sabe,
nada se dice, perro no come perro, y entre bomberos no vamos a pisarnos
la manguera. Como dijo Bertrand Rusell,
“morirse de hambre es una alternativa demasiado dura”. Agencias de
comunicación de rimbombante nombre compuesto ofrecen a sus mejores
clientes la lista de periodistas en nómina dispuestos, o eso afirman, a
opinar a favor de la empresa en caso de necesidad. Se asombrarían al
conocer los nombres, alguno tan de izquierdas que produce rubor.
La proletarización de la profesión
Periodismo
en el momento más crítico de su historia. Cierto, no es un fenómeno
nuevo. No es un meteorito caído del cielo. Al final, la del periodismo,
como la de la Justicia, es la enfermedad de la democracia española, el
cáncer de un régimen que ha llegado arrastrándose hasta aquí, víctima de
la corrupción que encabezó la primera magistratura de la nación y
alcanzó hasta el último de sus rincones. La corrupción y la degradación
de los estándares éticos. Noticias que abren medios en internet todos
los días sin el menor “control de calidad” previo. Editoriales de
grandes medios escritos que antes de publicarse pasan por la mesa de
despacho de sus accionistas. Es el caso del llamado “periodismo de
investigación”, que lleva años saliendo de las cloacas de la seguridad
del Estado, de los Villarejos
de turno. Ahora procede también de los juzgados de instrucción, de los
“jueces del pueblo”. Fiscales que calculan a qué medio conviene filtrar
esta o aquella grabación para que haga más daño a este o aquel sujeto.
El secreto del sumario es puerta abierta al campo donde los investigados
lucen sus vergüenzas en plaza pública y en escandalosa indefensión. A
tomar por el saco la seguridad jurídica. La proletarización de la
profesión ha hecho el resto: encontrar hoy un joven periodista con una
visión liberal de la vida es tan difícil como hallar una aguja en un
pajar. “Si vas al pueblo y te encuentras con mi madre, no le digas que
soy periodista; ella cree que toco el piano en un club de alterne”,
sostiene una de las humoradas más célebres de la profesión. Con el paso
del tiempo, el pianista que entretenía la ociosa espera de las putas
acodadas en la barra ha terminado por convertirse en un gánster.
El episodio que días atrás llevó a Casals y Marhuenda ante el juez Velasco
no hecho más que poner en evidencia la penosa situación por la que
atraviesa un llamado cuarto poder que cometió el pecado de pretender ser
el primero. Si unos medios de comunicación libres y una Justicia
independiente son los pilares sobre los que se asienta una democracia
digna de tal nombre, entonces hemos de convenir que la nuestra está
seriamente enferma, víctima de unas instituciones muy mancilladas por
una corrupción de décadas a la que nadie ha querido en serio poner coto.
Y para que los medios sean libres es condición necesaria, aunque no
suficiente, que sean rentables. Es evidente que el periodismo no saldrá
solo del bache, no se salvará solo. Sí lo hará en la medida en que una
mayoría de ciudadanos sea capaz de forzar esa regeneración democrática
hoy más necesaria que nunca. Los pilares están sentados y descansan
sobre esa masa de periodistas más o menos anónimos que, en las
redacciones, hacen su trabajo sin corromperse y sueñan con rescatar su
profesión del fango. Ellos son la esperanza. Ellos son parte de ese
“buen vasallo” español que sigue buscando en la niebla un buen señor.
Comentarios
Publicar un comentario