¿Por qué es bueno dejar que los niños se aburran?

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La sobrestimulación genera más ansiedad; los niños están perdiendo la oportunidad de entretenerse con su propia imaginación
Todos los males de los hombres vienen de una sola cosa: de no saber quedarse tranquilos en una habitación.
Blaise Pascal
Ya en el siglo XVI el famoso físico, matemático y pensador Blaise Pascal había advertido que uno de los grandes lastres de la cultura occidental es la poca tolerancia al aburrimiento, y quizás jamás imaginó que la abrupta necesidad de producir y estar entretenido llegaría a los niveles actuales, donde el aburrimiento es un sinónimo ineludible de estrés, ansiedad e incluso depresión.
El problema se alimenta de múltiples fuentes: la publicidad que nos invita a consumir como signo de progreso, la cultura del entretenimiento cada vez más sofisticada, e incluso Internet, donde la información y su premura nos hacen sentir que nunca estaremos completamente “al día”. Lo anterior se manifiesta desde la infancia; cada vez más niños son diagnosticados con ansiedad y los padres, para que sus niños no sufran, les proveen de las miles de herramientas que hacen que su hijo “haga muchas cosas a la vez” y se mantenga entretenido.
El problema es que sin cierta tolerancia al aburrimiento, la vida, paradójicamente, resulta mucho más aburrida. Hace menos de medio siglo, cuando ni la televisión ni los dispositivos habían llegado a la mayoría de las familias, los niños debían hacer uso de su imaginación con el fin de “no aburrirse”, pero hoy los hemos despojado de este reto y a largo plazo, del desarrollo de esta capacidad.
Recientemente, un profesor español publicó un exitosísimo post en Facebook, retomado por Verne, acerca de un juguete que se ha hecho viral en escuelas de todo el mundo (sí, aún sigue ocurriendo que se ponen de moda artefactos inesperados, como memes). Se trata de una especie de trompo con forma de una flor de tres pétalos que gira en su eje y permite hacer con él cuantiosos trucos. Al respecto el profesor hace una reflexión, sobre todo a partir del abrumador dato de que prácticamente el 100% de los niños de su escuela están diagnosticados como ansiosos.
En relación con esto, más allá de ahondar en este juguete, cuyo nombre es Spinner, se invita a que se profundice en el daño que le estamos haciendo a nuestra niñez permitiéndoles nunca aburrirse. Rafael Santandreu, psicólogo y autor de Las gafas de la felicidad, ha llegado incluso a sugerir que en las escuelas se enseñe a los niños a “no hacer nada, a mirar la pared durante 1 hora”. Lo anterior hará que puedan hacerse cargo de lo que ocurre en su mente sin querer evadirse necesariamente; luego llega, después de la ansiedad, una calma, la misma que hemos perdido.

Según Peter Toohey, autor de Boredom: A Lively History, el aburrimiento “puede contener un potencial de reflexión importante y puede ser un estímulo a la creatividad”. El aburrimiento, si no se intenta combatirlo, nos permite soñar despiertos, hacer uso de la imaginación, volver a asimilar el tiempo y nuestro lugar en él desde otro ángulo, entre otros hermosos beneficios.
Ya lo había advertido también Bertrand Russell:
Para llevar una vida feliz es esencial una cierta capacidad de tolerancia al aburrimiento. La vida de los grandes hombres sólo ha sido emocionante durante unos pocos minutos trascendentales.

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