¿Nos estamos volviendo cada vez más tontos?

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La inteligencia en gran medida se debe a las interconexiones de nuestras neuronas. Estas se comunican transmitiendo información. A esta función se le llama sinapsis.
En cierta forma los seres humanos somos también como las neuronas. Transmitimos información entre nosotros. Pero cada vez menos. Por poner un ejemplo, yo realizo un trámite público como obtener mis antecedentes policiales. Como voy sin conocimiento, me equivoco en algunas partes del proceso. Termino haciendo doble viaje, yendo a alguna comisaría incorrecta, saco una foto que no es del tamaño adecuado y finalmente invierto recursos, tiempo y energía de más. Sin embargo, por el ensayo error aprendo el proceso. Si mi hermano quiere hacer el mismo trámite, se lo explico correctamente y él aprende de mi experiencia. He creado una sinapsis. He transmitido información que lo hará más eficiente.
Cuando dejamos de compartir información, datos, conocimiento, experiencia nos estamos volviendo más tontos. Todos. Cuando intento sacar provecho egoísta y monopolizar lo que he aprendido con la práctica estoy haciendo un perjuicio al planeta y a mí mismo por inclusión. Compartir y comunicar son funciones que contribuyen a aumentar la inteligencia colectiva. Tal vez los que más utilidad publicitaria obtienen de la palabra “Compartir” son las empresas de telecomunicaciones. “Comparte tu mundo” les gusta decir. Pero la pregunta es ¿qué estamos compartiendo?
En el libro Homo Videns, Giovanni Sartori, sostiene que los nuevos analfabetos no serán los que no sepan leer. El dijo que en el futuro el bombardeo de imágenes al que la internet nos sometería, anularía nuestra capacidad para pensar sin imágenes. Pasaríamos de ser Homo Sapiens a Homo Videns. Cada vez más perderíamos nuestra capacidad para razonar de forma abstracta.
En un ejemplo concreto de nativos digitales (aquellos niños que nacieron existiendo internet) demostró que algunos de ellos no tenían capacidad para definir conceptos que no hubieran visto. Podían definir correctamente lo que era un auto, una manzana, un vaso, pero no podían definir nada impalpable como la amistad, la responsabilidad, el esfuerzo o la empatía.
Algunos considerarán que la visión de Sartori es un tanto apocalíptica y pesimista. Pero se cumple mucho que las personas estamos perdiendo capacidad de raciocinio. Cuando vemos imágenes interesantes o graciosas similar nos sometemos a un letargo muy comfortable. Hacemos el mínimo esfuerzo y nos mantiene disfrutando de ese ocio neuronal. Estoy seguro que esto no debe ser extremadamente perjudicial si lo prácticas unas veces al día, pero muy malo si lo haces todo el día. Otro ejemplo obvio, Facebook: el imperio de la imagen. Fotos de gente mostrando comidas, paisajes, lugares, situaciones. Nos conmovemos si se tratan de personas que queremos. Pero gran parte de las imágenes son inservibles.
Sartori dice que hay tres niveles de personas basadas en su contenido: aquellas que hablan sobre sus relaciones con las cosas (personas básicas), aquellas que hablan sobre relaciones con otras personas (personas elementales medias) y las que hablan sobre ideas (personas avanzadas). Esa era su clasificación. Puede estar en lo cierto o no pero conviene reflexionar en qué enfocamos nuestra vida, nuestras conversaciones, nuestros pensamientos. En cosas, personas o ideas.
Por otra parte, un reciente estudio conducido por la Universidad de Stanford ha concluido que el ser humano va perdiendo sus facultades mentales. Según el doctor Gerald Crabtree: “El desarrollo de nuestras habilidades intelectuales, así como la optimización de miles de genes de la inteligencia ocurrió en grupos de personas dispersos antes de que nuestros antepasados surgieran en África”, autor de la publicación en la revista ‘Trends in Genetics’.
En ese ambiente, la inteligencia era el factor más importante para poder sobrevivir y probablemente tenía lugar una inmensa presión selectiva actuando en los genes necesarios para el desarrollo intelectual y alcanzando así el auge de la capacidad humana en este aspecto. Después de esto, el nivel intelectual del ser humano empezó a descender. Basándose en cálculos de la frecuencia con la cual las mutaciones dañinas emergen en el genoma humano, igual que en la suposición de que en el desarrollo del intelecto participan de 2.000 a 5.000 genes, Crabtree establece que durante 2.000 años y 120 generaciones hemos sufrido dos o más mutaciones que empeoran nuestras capacidades intelectuales.
Estos dos ejemplos presentados anteriormente concluyen que las capacidades intelectuales del hombre se verán reducidas.

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