España: Karma de Estado.

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¿Nuevos tiempos? ¿Años revueltos?¿Revolución? Al contrario, no es más que lo de siempre, el pasado, volviendo para darse una vuelta kármica a ver si en este caso estamos lo suficiente maduros como para no volver a caer en la estupidez habitual. No parece, habrá que dar una vuelta más en los próximos años.
Para los que dudan de la influencia de los tiempos pasados en los presentes, no hay más que darse una vuelta por twitter cada vez que sale un hastag político.
España, en estos días, es una gran batalla, de todos contra todos, a escupitajos, escandaleras histriónicas, espumarajos de odio, mentiras conscientemente voceadas y pataletas. Aunque parezca mentira es la sombra del caudillo, sus daños y sus dolores,  que no cesa de acechar el destino de los hispanos. La sombra del Karma de estado, sigue pesando sobre nosotros más de 80 años después del inicio de aquel monstruo de mil cabezas que devoró e invadió las entrañas de nuestros abuelos y que aún hoy navega como una tenia devoradora por nuestros instintos sin dejarnos crecer. El peso de los odios ancestrales se transmite de generación en generación floreciendo siempre, pero más cada vez que se abren las urnas al viento de los tiempos. Porque los vientos traen aromas rancios una y otra vez, sobre todo cuando los vientos parecen nuevos y frescos, o precisamente por eso.
Aunque parezca que todo es diferente y que somos muy modernos porque nosotros o nuestros hijos sacamos la lengua haciendo cucamonas en instagram, los demonios no resueltos del inframundo social siguen actuando desde nuestras profundidades límbicas. Su acción se incrementa sobre todo cuando son jaleados por los ecos de los espacios abismales entre el populacho y los señorones, entre los jóvenes ilusos y los viejos tenebrosos, entre la soberbia de los rebeldes y el rigor mortis de los acomodados y entre la ignorancia de buena fe de los que se creen las noticias oficiales, y la maldad de fe podrida de los que se las inventan para asegurarse que no cambie nada en el sepulcro blanqueado de la sala de control.
La política es una proyección de nuestra mente humana y en España, de nuestra mente española, tan plurinacional como española, tan heterogénea dentro como homogénea desde fuera. No hay más que viajar por España para darse cuenta de que estamos compuestos de unas pocas naciones muy distintas entre sí. Y no hay nada más que viajar por el mundo para darse cuenta de que se reconoce un español de cualquiera de esas nacionalidades a medio kilómetro de distancia.  Este país, el nuestro, tan personal, tan de gestas, tan lleno de humor rápido -generalmente negro- como de odio y miseria, tan tendente a la grandilocuencia como al esperpento, tan adicto al ensalzamiento como al defenestramiento, este país, como tantos, tiene su derecha y su izquierda, pero sobre las nuestras sigue aflautada la influencia kármica de la voz de aquel viejo y los daños atroces que provocó aquella guerra devastadora que hasta hoy influencia nuestros destinos. Quizá porque las heridas se taparon sin sanear… Y por eso siguen los bandos.
Las derechas aquí, también, representan al padre, o mejor, al patriarcado, con todos sus defectos y virtudes: Representa la seguridad, pero la opresión; el orden, pero sin libertad; la protección, pero espiados; la autoridad, pero el abuso; la fuerza, pero la brutalidad; el orgullo, pero el narcisismo; el rumbo estable, pero sin adaptabilidad, la seriedad, pero mortecina… Con sus habituales acompañantes: la jerarquización que lleva al militarismo interno, el ordeno y mando, la opresión, la sensación de que la calle, y el campo, y el poder, es suya por cuna, el mal perder (sobre todo el poder), el desprecio al oprimido por ser estúpido y merecérselo, el desprecio a los otros por ser los otros, y el sutil tufillo a superioridad de clase otorgado por la gracia de algún dios personal. Sobre ellos, como sobre todos, flota la sombra de su Excelencia, que aunque de aspecto poco patriarcal en lo corporal, compensaba sus deficiencias de testosterona con un puño despiadado.
Las izquierdas son la madre o el matriarcado, también con todos sus defectos y virtudes: Representa el cuidado, pero el derroche; la adaptabilidad, pero caótica; la compasión, pero debilitante; la comprensión, pero la flojera; la libertad, pero el desorden; la apertura, pero la vulnerabilidad; la innovación, pero los imprevistos; la creatividad, pero la ocurrencia… Con sus habituales acompañantes: su propia perversión histórica internacional y nacional, el antiespiritualidad rancia, y sus fracasos sonoros por la tendencia de ir contra todo poder, sobre todo el propio, que la fragmenta una y otra vez siendo siempre enemigos de si mismos y a derribar cualquier idea establecida por la absurda idea internalizada de que ha de ser derribada simplemente por estar establecida. Y esto va, cómo no, acompañado del problema de también fragmentarse por periferias, por el derecho internalizado a rebelarse a todo centralismo, incluido el propio. Y es que la izquierda sabe muy bien pelearse consigo misma, si no sería imposible mantener su tendencia a una identidad victimista, rabiosa y quejosa que de lejos le viene, justificada a veces. Sobre ellos, como sobre todos, flota también el rencor a la voz y el daño que les causó el viejo Paco.
No sólo nos encontramos esa dualidad sazonada de posguerra en estos tiempos. Tenemos más. Tenemos, por ejemplo, las tendencias de las nuevas políticas contra las antiguas:
Lo joven (los que quieren poder propio y decisión y derribo y cambio), lo nuevo, lo impetuoso, la renovación, la audacia, la revolución, la evolución, el impulso de justicia, la originalidad, el hambre de utopía, el punto de vista novedoso, el diagnóstico acertado, el heroísmo, el altruismo, la innovación. Pero con ellas viene la excentricidad, la arrogancia, el descontrol, la desmesura, la autosuficiencia, la imprudencia.
Y por parte de lo antiguo tenemos los que deben, a su tiempo y se niegan a ceder poder, los que han  experimentado, lo maduro, lo estable, lo seguro, lo permanente, lo disciplinado, lo mesurado, lo comprobado, lo prudente. Pero con ello viene lo corrupto, lo decadente, lo inadaptado, lo recurrente, lo inmóvil, lo obligatorio, lo degradado, lo temeroso, lo hipócrita, lo represor.
La batalla generacional se explica sencillamente en la tendencia de voto. Jóvenes urbanos y cultos contra mayores rurales y tradicionales.
Es fácil de explicar en lo político entendiendo la psicología de la tendencia a la conservación a medida que pasa la vida. Lo que vivimos los humanos hasta más o menos los treinta años, sea lo que sea, es lo vemos como normal y, como estamos llenos de fuerza y de ilusión juvenil, cambiable a mejor. A partir de esa edad y hasta los sesenta, toda innovación tiene sospechas, es inquietante e imprudente y, como estamos medio decepcionados, por tanto, ojito. Desde los sesenta en adelante, todo lo no experimentado previamente es claramente peligroso y potencialmente apocalíptico, y como estoy cansadillo, mejor me quedo como estoy.
No solo eso, tenemos más batallas en la actualidad. Tenemos a los poderosos contra los pobres. Los megaricos contra los ricos. Los ricos contra los pobres. Los pobres, contra si mismos.  Los vecinos contra los otros vecinos. Las familias entre sí y con ellas mismas. Ah, y mejor, a las corporaciones psicópatas contra los seres humanos (contra todos). Y también, dentro de ellas, los dueños contra los empleados. Y los dueños contra los otros dueños. Y las corporaciones contra ellas mismas. Y todas contra Gaia, que las alimenta a todas. Y luego la de los empleados de aquí contra los no-empleados de cualquier lado que quieren emplearse. La de los limpios, en los barrios limpios, contra la de los sucios en sus barrios sucios. La de los de fuera de aquí contra los de dentro de aquí. La de los espirituales contra los materialistas, la de los animalistas contra los devoradores. Y tenemos los cultos contra los iletrados, la de los informados contra los que ven la tele, y la de los egoístas contra los dadivosos. Tenemos la de los buenistas contra los “haters”. Los religiosos de esto contra los no-religiosos. Y los religiosos entre ellos. Una batalla especialmente intensa existe entre quienes, subidos al atril tecnológico intentan extender la verdad de lo que pasa. Mientras que en el otro lado están los dueños del atril y sus pagados, que, por no perderlo, vocean sus mentiras riendo, perdiendo la dignidad de su palabra y su sentido de ser.
Por supuesto, también, en general, y más en esta tierra nuestra, tenemos a las periferias contra los centralistas, con todo tipo de nacionalismos grupales defendiendo, con la barbilla al viento, la supremacia narcisista que imagina que le arrebatan otros. Todo vale, mitología y tendencia paranoide incluida, con tal de poner la valla de mi pueblo un poco más acá, u obligar a meter en mi valla uniformados a mi manera a todos los otros, a ver si encerrado en mi mismo y uniformado, por fin consigo ser tan genial como me imagino y se me quita el complejo de inferioridad e injusticia que todavía me provoca la sombra de los tiempos del viejo caudillo. Todo nacionalismo, y digo TODO, no es más que una alteración, un trastorno de la identidad individual que se proyecta a lo grupal. Es un estado de conciencia bastante bajo, que podríamos llamar fundamentalismo tribal light y que como toda identidad corre el riesgo a ser narcicista y paranoica. No hay más que ver el diálogo de gollum que está teniendo nuestro estado estos días: “Sí… mi tesoro, nosotros somos los buenos, los listos, los mejores. Son ellos, los malos, los tontos, que son peores. Nosotros tenemos razón, tesoro, agarremos nuestro trapo de colores, nuestra bandera que es la guay y no la suya, tesoro. Ellos tienen la culpa de nuestros problemas. Qué buenos seríamos sin ellos, tesoro. No hay que escucharles ni intentar entenderles, ni compartir ninguna idea con ellos, tesoro. Si hacemos eso no seremos de nosotros, seremos como ellos y ellos son inferiores tesoro, nosotros somos los buenos y nosotros sabremos como ser felices cuando ellos se callen, se vayan o hayamos terminado con todos ellos, mi tesoro, mi yo, mi trapo de colores, mi tribu-grupo.”
El nacionalismo prentende separar y uniformar, ya que la uniformidad es la única manera de no tener miedo al diferente, porque han viajado tanto y leído tan poco que se creen que su pueblo es el que tiene que pintar el mundo dentro de su valla. No se dan cuenta de que eso llama endogamia política, con hijos monstruos, que crea entropía social (los sistemas cerrados se autodestruyen) y decadencia ideológica (no hay incorporación informativa nueva).
No se crean, amigos, que somos modernos. Nos maneja el karma del caudillo, el karma de su influencia: el caudillismo reformado blanqueado o el contracaudillismo aberrado rencoroso. Al final el karma sigue ahí, con los fachas contra los rojos, como si no hubiera pasado el tiempo.
Si supiéramos que lo de fuera no es otra cosa que lo de dentro y que los demonios bailan contentos en nuestro interior alimentados de odio…
En España, el enemigo siempre está en casa. Seguimos como en el cuadro de Goya, a garrotazos. Y  lo peor es que ya no tenemos al genio del espejo que nos reflejaba, Berlanga. Qué gran película tragicómica habría hecho con nuestro esperpento de país. Solo lo grandioso puede ser patético.
Desde fuera, desde lo alto de los rascacielos, nos miran, esperando por si hay que intervenir, por si acaso no pasara lo que tiene que pasar, para no poner en riesgo que la Opción Única Corporativa se mantenga, zombi, pero activa. Hace mucho tiempo que ya no manda nadie vivo aquí, ni en el mundo, excepto el Dios Dinero que, por su parte, es un zombi autónomo.
Menos mal que nos queda, a cada uno, su propio mundo interno.
Aunque ahí, la batalla, va en serio.
Mariano Alameda

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