Revelan una trama de ocultamientos y sospechas en la tragedia de Fukushima

En los primeros días posteriores al desastre del 11 de marzo, Tepco sólo compartió información con el gobierno, minimizando los riesgos en la planta. Pero el 14 de marzo, tras una segunda explosión, la firma sugirió abandonar la planta.
Imagen satelital de Fukushina dos días después de iniciado el desastre.
La noche del 12 de marzo, el reactor más viejo de la planta nuclear Fukushima Daiichi sufrió una explosión de hidrógeno y corrió riesgo de fusión completa del núcleo. El primer ministro Naoto Kan solicitó a sus asesores que evaluaran los riesgos de inyectar agua de mar en el reactor para enfriarlo.
En este momento quedó claro que el premier, que había construido su carrera sospechando lazos fraudulentos entre la industria de Japón y la burocracia estatal, actuaba a oscuras. Había recibido un análisis de riesgo equívoco del jefe de regulación nuclear, un ferviente académico pro-nuclear en quien, según los asesores, el premier Kan no confiaba. También tenía dudas sobre la compañía que operaba la planta, dado su historial de ocultamiento de problemas.
Kan no sabía que el gerente de la planta ya había empezado a utilizar agua de mar. La compañía le había ordenado al gerente de la planta que parara. Pero el gerente hizo algo impensable en el Japón empresarial: desobedeció y continuó usando agua de mar en secreto, decisión que de acuerdo a los expertos evitó una fusión más seria e hizo de él un héroe insólito.


Este intrincado drama puso en evidencia las fisuras ocultas del peor desastre nuclear desde Chernobyl, que dio como resultado explosiones en 4 de los 6 reactores de la planta. En el corazón del drama había un premier que veía la necesidad de actuar con rapidez pero cuya desconfianza bien fundada en un sistema de alianzas entre operadores de planta poderosos, funcionarios complacientes y políticos en resonancia lo privaban del acceso a fuentes que pudo haber usado para tomar decisiones sustentadas en mejor información.

Anteriormente activista de base, Kan hizo esfuerzos para manejar la crisis porque sentía que no podía apoyarse en los mecanismos establecidos por sus predecesores para reaccionar ante una emergencia semejante.

En lugar de esto, al principio recurrió a sólo un puñado de consejeros cercanos y desbordados, que poco sabían sobre centrales nucleares.
“Es más una cuestión emocional”, dijo Kenichi Matsumoto, asesor de Kan. “Nunca confía en los funcionarios”. Se trata, recordó, de una herencia de la etapa de Kan como ministro de Salud a mediados de los ‘90, cuando alcanzó vasta popularidad al revelar el uso por su propio ministerio de sangre contaminada con V.I.H., lo cual llevó a que cientos de hemofílicos murieran de SIDA. Kan descubrió que los funcionarios y los ejecutivos de la compañía farmacéutica sabían de la sangre contaminada hacía largo tiempo.

Para Kan, el establishment nuclear representaba el peor ejemplo de esta clase de contubernio, dijo Matsumoto.
El 12 de marzo, unas 28 horas después del impacto del tsunami, los ejecutivos de la compañía propietaria de la planta, Tepco, ordenaron a los trabajadores que inyectaran agua de mar en el reactor Nº 1. Pero 21 minutos más tarde le ordenaron al gerente de la planta, Masao Yoshida, que suspendiera la operación. Yoshida eligió ignorar la orden: era la única manera que quedaba para enfriar el reactor. Luego de admitir en mayo que había ignorado la orden, Yoshida se explicó ante un periodista de televisión diciendo que “suspender el agua de mar podría haber significado la muerte” para quienes estaban en la planta. De acuerdo a sus amigos, Yoshida, de 56 años y mandíbula cuadrada, es un gran bebedor, a veces mal hablado, tirador con buena puntería, cita a Raymond Chandler y disfruta cocinando comida italiana.

Su franqueza impresionó al premier Kan, que lo conoció el día siguiente al tsunami. Ambos compartían la voluntad de luchar contra el sistema. Y, en un país donde los lazos escolares son muy importantes, descubrieron que habían estudiado en el Instituto de Tecnología de Tokio. “Uno o dos días después, Kan dijo que Yoshida era el único en quien podía confiar dentro de Tepco”, comentó Matsumoto.

Críticos y seguidores de Kan dicen que sus sospechas sobre Tepco estaban bien fundadas. En los primeros días posteriores al desastre del 11 de marzo, Tepco sólo compartió información con el gobierno, minimizando los riesgos en la planta. Pero el 14 de marzo, tras una segunda explosión, esta vez en el reactor 3, Kan enfureció al enterarse que la firma había sugerido abandonar la planta, lo que hubiera significado perder el control de los cuatro reactores afectados; al día siguiente se produjeron las explosiones en los dos que quedaban en actividad, el 2 y el 4. “Esto no es joda”, aulló el premier, dijeron sus asesores. “Retirarse de la planta está fuera de consideración”, ordenó. No obstante, hasta los defensores de Kan reconocen que la movida se produjo demasiado tarde. “Debimos haber actuado más rápido”, dijo Masanori Aritomi, un ingeniero nuclear del Instituto de Tecnología de Tokio y asesor de Kan. Dijo Aritomi que Tepco no reveló información crucial hasta mediados de mayo, incluyendo la confirmación de que tres de los cuatro reactores de la planta se habían fundido.

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