¿Perdimos el 'Conócete a Ti Mismo' por un 'Exhíbete a Ti Mismo'?
bibliotecapleyades.net
por Juan Pablo Carrillo Hernández
En nuestra época, el conocimiento y el cuidado de sí han perdido la
importancia que habían tenido más o menos desde tiempos de la
Antigua Grecia y hasta los días de Sigmund Freud, Carl G.
Jung y otros filósofos y pensadores no menos importantes.

Imagen: Linda van Bruggen
Si antes señalamos la captura que hizo el capitalismo del cuidado de sí para transformarlo en cuidado personal, en el caso del conocimiento de sí es posible hablar de un movimiento parecido.
por Juan Pablo Carrillo Hernández
del Sitio Web
PijamaSurf
La tradición del
autoconocimiento,
vigente durante varios siglos,
se ha convertido ahora
en materia prima
de la sociedad del espectáculo
en que vivimos...
Durante más de 2 siglos,
ambas posturas frente a la existencia - conocerse y cuidarse -
habían sido entendidas como elementos imprescindibles en la
construcción y consecución de una vida plena.
De los dos, el cuidado de sí terminó por imponerse sobre el
conocimiento de sí, pero bajo una forma muy específica: capturado por el capitalismo.
Ahora y desde hace
algunas décadas, el cuidado de sí se ha confundido con el cuidado
personal, y por todos lados se nos insta a cuidar de nuestra salud,
de nuestro cuerpo, de nuestra apariencia, pero no libremente, sino
en el marco específico del consumo, con mercancías producidas
específicamente para dicho fin y, en última instancia, para
convertir nuestra propia salud, nuestro cuerpo y nuestra apariencia
en mercancías expuestas en el aparador global del capitalismo
contemporáneo.
Ciertos discursos nos invitan a tomar agua, a comer sanamente, a
hacer ejercicio, pero sólo porque eso implica comprar agua,
productos pretendidamente saludables o la ropa más adecuada para
ejercitarse.
¿Pero es que el agua debe venderse? ¿Es que lo saludable sólo existe una vez procesado, empaquetado y etiquetado bajo ese calificativo? ¿El ejercicio sólo es posible realizarlo con determinados tenis y playeras que disipan tecnológicamente el sudor? Y una vez que entramos en ese estilo de vida, ¿no tendemos a convertirnos nosotros mismos en productos de esas marcas?
En cuanto al conocimiento
de sí, su suerte ha sido diametralmente distinta...
Conocerse, ahora, parece
un ejercicio relegado al catálogo de las supersticiones anteriores
al racionalismo, propio de una época carente de la tecnología
necesaria para medir y comprobar cualquier aspecto de la realidad.
La invitación a conocerse
que se ofrece desde ciertas tradiciones espirituales, filosóficas,
psicológicas y del buen vivir, se desdeña por esto mismo, porque
proviene de sistemas de pensamiento que la ideología dominante
considera superados u obsoletos, en comparación con la pretendida
objetividad y precisión de la técnica.
¿A quién le importa ahora
tomarse el tiempo de conocerse cuando un test de personalidad o un
examen psicométrico nos prometen arrojar inmediatamente la
definición de lo que somos?
En una nota miscelánea, el filósofo mexicano Jorge Portilla
llegó a escribir que,"el hombre es un ser de tal índole que no puede vivir si no comprende su vida".
Si esto es cierto para todos, Si todo sujeto, eventualmente, necesita contarse la historia de su propia vida, Si, hasta cierto punto, llega el momento en toda existencia en que necesitamos saber quiénes somos, para qué vivimos y qué queremos de la vida,
...cabría preguntarse por
el lugar que esas preguntas tienen actualmente, si es que dicha
comprensión de la existencia propia aún está vigente, si aún se
ejerce y de qué manera.

Imagen: Linda van Bruggen
Si antes señalamos la captura que hizo el capitalismo del cuidado de sí para transformarlo en cuidado personal, en el caso del conocimiento de sí es posible hablar de un movimiento parecido.
A juzgar por lo que
ocurre cotidianamente, por la iteración inconmensurable de imágenes
del Yo que mana en las redes sociales, como un torrente o como una
hidra, quizá sea posible afirmar que esa necesidad de elaborar la
historia propia que antes se buscaba satisfacer en las páginas de un
diario personal, en el cultivo de la mente y del espíritu, en la
lectura de cierta filosofía (Platón, Nietzsche, Schopenhauer), en la
dificultad del diván pero, sobre todo, al hilo de los hallazgos y
las adversidades propias de la existencia, es ahora la materia prima
de una narrativa homogénea que circula diariamente a través de
millones de pantallas.
La vida, parece ser, se vive no para comprenderla o contarla, sino
para exhibirla.
Se le tributa ahora a la
maquinaria insaciable de los likes y los shares, al
dios inmisericorde de esta sociedad del espectáculo en la que tantos
se afanan por figurar y aun destacar, cumpliendo con todos los
requisitos impuestos para convertirse en representaciones de sí
mismos.
¿Quién tiene tiempo ahora de conocerse?
Tan llenos de
distracciones como estamos, tan ocupados en la trivialidad
del momento, tan ansiosos por ganar el reconocimiento inmediato
y fugaz de una buena selfie,
¿A quién le queda tiempo para emprender el camino de conocerse a sí mismo? ¿Para qué hacerlo si es mucho más sencillo tomar videos y fotografías, condensar el estado de ánimo actual en un post de Facebook, vivir bajo la tiranía de la recompensa inmediata? ¿Quién tiene ahora el tiempo, la paciencia o la disciplina para persistir en la tarea inacabable de conocerse a sí mismo cuando a la mano y en este mismo instante está la alternativa de exhibirse a sí mismo?
La historia personal sólo
puede elaborarla y contarla el propio sujeto, porque sólo él conoce
la suma de circunstancias que lo llevó al momento actual de su
existencia.
Las redes sociales, sin
embargo, nos han habituado a la idea de que todas las historias
pueden contarse de cierta forma, bajo ciertas reglas, en el marco de
ciertos límites, todo lo cual tiene algo en común:
está diseñado a la conveniencia de cierto modo de producción y de consumo.
Preferir la exhibición de
sí al conocimiento de sí es, en buena medida, participar de ese
cautiverio, aceptarlo mansamente.
¿Por qué no pensar que la historia propia podría convertirse en una obra de arte, en un mural, en una sinfonía? ¿Sólo porque poder hacer eso requiere más tiempo y esfuerzo que lanzar un tweet o publicar una fotografía en Instagram? ¿De verdad no tenemos tiempo ni recursos para hacer más en nuestra vida de lo que ya hacemos?
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