Volver a Encantar el Mundo
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by Kingsley Dennis
Cuando miramos hacia arriba al cielo nocturno y vemos el brillo de las estrellas, nos sentimos sobrecogidos y fascinados.
by Kingsley Dennis
del
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KingsleyDennis
Cuando miramos hacia arriba al cielo nocturno y vemos el brillo de las estrellas, nos sentimos sobrecogidos y fascinados.
Hay belleza y asombro, y
la emoción de lo desconocido. Todo se anima con posibilidades. Ahí
fuera hay un mundo encantado que nos hace señas por medio de un
misterio comunitario; y deseamos responder a esa llamada porque bajo
cualquier vida subyace el afán de sentido.
Como seres humanos
deseamos, anhelamos, necesitamos una sensación de sentido y
propósito en nuestras vidas.
Un universo encantado
sirve para atraernos con un sentimiento de pertenencia; pero en
algún lugar a lo largo del camino perdimos el sentido de comunión.
Hace tiempo, la humanidad sentía un destino común con su medio
ambiente, tanto terrestre como cósmico, lo que alentaba un modo
directo de participación.
Antaño, el entorno que
percibía la humanidad era un espacio envolvente, una matriz
incluyente que implicaba al individuo en cada momento de su vida.
Nuestros ancestros no
estaban alejados de la vida, participaban directamente en su
encantamiento. Esta integración entre ser y ambiente consolidaba en
los humanos una totalidad psíquica. Nuestros antecesores no estaban
alienados del mundo de la manera en la cual lo está la humanidad
moderna.
Es en los últimos siglos,
especialmente, cuando el género humano se ha expurgado
progresivamente de su propio misterio y se ha desterrado del reino
del encantamiento.
La moderna consciencia
racional está alienada, asustada de su participación.
Contempla el mundo como
un observador externo:
un mundo de objetos que se desplazan con un movimiento mecánico.
Esta consciencia alienada
ha remplazado el encantamiento y el misterio con un
barniz de artificialidad.
Por tanto, el cosmos del
"ser y la pertenencia" humanas, contagiado por la mente, se ha
contaminado.
Pero no es así como son
las cosas, sólo es la imagen más reciente de cómo nos parecen. Nos
hemos visto forzados a construir nuestros propios significados
acerca de un mundo que hemos dejado escapar de nosotros mismos; en
otras palabras, nos hemos desilusionado de un cosmos viviente.
Ahora el panorama moderno está más salpicado de gestión que
de aventura.
La representación
primordial de nuestra era ha sido el consumismo:
la capacidad de la persona común de comprar los bienes materiales que requiere para mantener un estándar de vida decente.
Esta retórica industrial
elogiaba la capacidad de los obreros fabriles de permitirse los
bienes que producían, convirtiéndose por tanto en el propio mercado.
Muchos comentaristas lo
entendieron como el individuo moderno comprando dentro del sistema y
fundiéndose con su insípida ideología.
Sólo recientemente
algunos observadores perspicaces han llegado a darse cuenta de que
el consumismo se ha transformado en una terapia de choque
idiosincrática para que la gente compre la posibilidad de escapar
del sistema.
La adquisición fácil de
cosas se ha convertido en un intento de encubrir la ansiedad acerca
del ser, una manera de aplacar la anomia y de disfrazar el propio
tedio. El consumismo no es más que la expresión de un progresivo
hastío mundial.
Nuestros ojos apenas
están mirando por encima del borde de nuestros pequeños mundos del
yo.
El panorama psicológico interno de muchos se ha llegado a infectar
con este aburrido contagio. Ahora se nos pone en guardia para que
protejamos nuestros espacios psíquicos y también para repeler
fuerzas que, intencionadamente o no, sirven para dañar y sumergir en
la desesperación nuestros pensamientos.
Los juegos en los que han
devenido nuestras vidas nos divorcian de nuestra consciencia de
nosotros mismos, que se retrae aún más adentro en los profundos
recovecos de nuestro ser.
La vida moderna está
plagada de falsos yos desfilando como entidades auténticas. Este
desencantamiento se ha convertido en la lente dominante con la que
miramos hacia afuera, a nuestro alrededor y también al cosmos.
Todo sigue siendo un gran
accidente, un colosal conglomerado de azar y caos; así es como
apareció la vida.
La historia moderna de occidente ha consistido en eliminar del mundo
que nos rodea el misterio, la mente y lo mágico. La moderna
consciencia occidental se define a sí misma por su propia retirada
del mundo del "más allá".
Además etiqueta
injustamente cualquier pensamiento del pasado como no sólo
incorrecto sino primitivo.
Es decir, nos contamos a
nosotros mismos que nuestra comprensión del mundo se ha desarrollado
y mejorado de una manera lineal; por tanto, todos los pensamientos y
las nociones mentales previos eran inferiores y "acientíficos".
La humanidad se posiciona
erróneamente en la creencia en un progreso lineal mecánico e
inmaduro.
Las visiones previas del
mundo se consideran erróneas, ilegítimas y carentes de
sofisticación. Y aún así apenas nos preguntamos cómo recordarán
nuestros descendientes nuestra propia visión actual.
Ya sea que llamemos a nuestra era actual moderna o posmoderna, la
corriente subyacente es la misma. Tantísima gente parece pasarse la
vida sin temer lo que les pueda pasar sino más bien temiendo que no
les ocurra nada.
Para mucha gente este
malestar se ha convertido en una expresión de ira y destrucción no
solo contra sí misma sino contra otros.
Resulta irónico que
(sobre todo en USA) las propias instituciones de aprendizaje y
conocimiento se hayan convertido recientemente en lugares de
violencia, terror y homicidios sin sentido.
Este espacio psíquico,
donde la realidad y la irrealidad entran en conflicto, es una
respuesta a nuestro estado de consciencia imperante. Y con
todo, la consciencia de cada era establece su dictamen y a menudo
descarta injustamente lo precedente.
Por ejemplo, nos resulta
extremadamente difícil captar la consciencia de la sociedad humana
premoderna.
Hasta recientemente, el paradigma dominante de la consciencia humana
se edificaba en gran medida a partir de una visión del mundo
científica y racional.
Ahora, a medida que
entramos en un periodo de transición, esto está experimentando una
profunda transformación. Durante tales épocas de cambio, el impulso
de búsqueda de sentido y significado se convierte en un afán más
preponderante e indispensable.
En esos momentos de
transformación socio-cultural, en los cuales se revisan las bases
del conocimiento y se cuestionan nuestras construcciones de la
realidad, se fortalece en el individuo la necesidad de buscar el
ser.
La consciencia racionalista contenía sus propias limitaciones
incorporadas, tales como su separación y desencantamiento del
cosmos. Esta perspectiva sólo pudo sobrevivir unos pocos siglos,
aquellos que fueron dominados por el racionalismo científico y su
universo mecánico.
Actualmente resulta
imposible conservar el paradigma científico moderno (el modelo
cartesiano-newtoniano), al igual que, en su momento, el paradigma
religioso del siglo XVII.
Es así como se
desenvuelven las cosas...
A la larga, un conjunto
de estructuras, sistemas y visiones del mundo queda anticuado y
debido a la necesidad (entre otros factores) es reemplazado o más
bien actualizado por un nuevo conjunto, el cual define la
consciencia dominante de la nueva era.
Para representar la
expresión emergente de la consciencia también salen a la luz nuevos
valores.
En esos momentos de
transición hay apremio, oportunidad y un empuje interno para
volverse a conectar con un sentido de significado tanto personal
como cósmico.
En otras palabras, hay
una necesidad fundamental de comprender el propio ser y su lugar en
el esquema mayor de las cosas.
La inestabilidad con la
que nos encontramos en el mundo a nuestro derredor sólo nos persuade
aún más de la necesidad de encontrar las raíces que nos conectan con
una corriente de conocimiento y significado más permanente.
Cuando llegue el momento de mirar atrás a los últimos siglos pasados
los futuros historiadores verán el paradigma cartesiano-newtoniano
como una reliquia. Se considerará una curiosidad mental que generó
conocimiento científico y una rápida expansión industrial, pero que
fracasó en aportar un progreso real a la esencia de los seres
humanos.
Su arrancada a
borbotones, que duró varios siglos, podría compararse a un primitivo
cohete de aceleración que propulsara una nave especial hacia su
órbita sólo para lanzarla y desprenderse, incendiarse y derretirse
mientras vuelve a caer a tierra.
Los últimos siglos fueron
un episodio evolutivo aislado que recorrió su camino.
En términos
antropológicos fue un mero parpadeo, durante el cual la humanidad se
acercó al borde del abismo. Pero a última hora parece haberse
impulsado de vuelta al camino, mientras una nueva época evolutiva
empuja, en un perturbador trabajo de parto, hacia un nacimiento
planetario.
Actualmente estamos en medio de esa transición del alumbramiento,
mientras la mente colectiva de la humanidad busca solaz en una nueva
era de comunión con un cosmos encantado, sagrado.
No estamos tanto en una
era nueva como en una gnosis inédita, en la cual
numerosas hebras revolucionarias - o más bien evolutivas - de la
urdimbre visionaria se están entretejiendo para formar un nuevo
tapiz.
Nos encontramos con los
descubrimientos de las ciencias actuales -
el mundo quántico en física y
biología - que se combinan con las nuevas tecnologías del mundo
externo e interno.
Disponemos de diversas
tradiciones místicas integrándose a través de culturas variadas y
empujando el conocimiento antiguo hacia la corriente principal; y
cada vez más el panorama interior de la humanidad se recorre y
cartografía mediante herramientas exploratorias y psíquicas.
Los mundos digitales,
virtuales, están acrecentando nuestro sentido de la realidad
material, y
el cosmos profundo estalla en
descubrimientos y se está revelando.
El gran espejo sagrado del ser humano nos está devolviendo el
reflejo de cada átomo conocido que en cualquier momento haya surgido
de la matriz creativa de la existencia.
Es la era del impulso, la
aceleración, la exposición, la revelación, la invención, la
innovación, la exploración y la comprensión gnóstica, a una escala
generalizada como nunca hasta ahora.
Es un movimiento
planetario absolutamente profundo, una luz brillante de inmenso
asombro y epifanía; una era verdaderamente milagrosa en la cual
presenciar lo que se está desplegando.
Ya estamos dirigiéndonos
hacia una nueva etapa de fusión humana a nivel planetario.
La humanidad anhela unificarse, ansía una empatía integral de
relaciones y comunión. La mente medieval se refería a ello como una
forma de simpatía, de correspondencias entre las cosas; una fusión
entre objeto y sujeto en la cual las diferencias se transforman en
atracciones.
Esta es la realidad
sagrada que debe volver a instalarse en la consciencia colectiva de
la humanidad.
Y siempre ha estado ahí,
flotando alrededor de nuestros arquetipos míticos por debajo de la
delgada corteza superficial de nuestra mente consciente.
Ahora se está despertando
y la nueva era que emerge no tendrá otra alternativa que alentar,
aceptar y celebrar este renacimiento sagrado de un cosmos
encantado...
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